What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
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Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
¡Qué desastre soy! Está semana estoy un poco liada y me tengo que organizar, a ver si puedo colgar el siguiente este domingo.
Lo siento, lo siento. Pero es que entre que he estado mala una semana y ahora me tengo que poner al día con toda mi vida ¡es un horror!
Lo siento, lo siento. Pero es que entre que he estado mala una semana y ahora me tengo que poner al día con toda mi vida ¡es un horror!
Wynne- Traficante de V
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Fecha de inscripción : 31/08/2011
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
no pasa na wapa!!!
me alegro que estes mejor =^.^=
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sumomo- Dios
- Mensajes : 1243
Fecha de inscripción : 26/07/2010
Edad : 39
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Tranquila mujer, tú a ponerte al día con tus cosas. Yo a ver si consigo un poco de tiempo y me pongo a leer por aquí, que me apetece pero por dios, no paro!!!
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Capítulo 5
EPOV
Voy a la deriva en la oscuridad. Yo soy todo lo que hay. Todo lo que alguna vez fui, o seré. No hay nada más: sin hambre, sin dolor, sin cuerpo, sin nada. Entonces, después de un tiempo infinito, hay algo. Una sensación. Pienso en identificarla, pero no es necesario. Voy a la deriva de nuevo, a salvo en la oscuridad. La sensación se vuelve cada vez más fuerte. Está en un camino apartado. Después de un siglo decido examinarla. Sí, ahí está otra vez. Son vibraciones que danzan en mi conciencia, dejando un rastro de luz. La luz se encuentra a mi alrededor, y deja formas oscilantes, que aparecen y desaparecen. Forman sonidos e imágenes. Dicen:
-Lo siento, Eric, era todo lo que tenía. Traerán más dentro de unos minutos.
No tiene sentido. Sonidos que no dicen nada. Pero este ha sido diferente, es agradable, atractivo. Voy a la deriva, con el sonido, y algo me impulsa y tira de mí. Tengo prisa, algo me arrastra. Un sentido me ancla hacia la solución de todo, sé que estoy en un cuerpo. Puedo sentir el peso que me aguanta en el suelo. Ya no estoy flotando. Ahora la imagen se hace más clara. Es una cara, que me mira directamente, ¿soy yo?, no me parezco a mí. Quizá no lo sea. Los labios están en movimiento. Luego hay un conjunto de movimientos, que se combinan a la perfección con el sonido y forman palabras.
-Eric, cariño, soy yo. ¿Sabes quién soy?
De nuevo la palabra “Eric”. Empecé a sentir que debía tener un significado para mí. Otra sensación me resultó poco a poco conocida. No era… agradable. Quería apartarme de ella, pero no podía. La conocía, era dolor. Había sido el motivo por lo que había abandonado el cuerpo, el dolor, pero ya no podía regresar. Tendría que seguir soportando la sensación. Era muy poderosa.
La cara estaba frente a mí, al moverse apareció otra cosa en mi campo de visión. No podía reconocerlo al principio, pero poco a poco fui reconociendo la mano. Y una vez más otra sucesión de palabras.
-Huele esto, Eric. ¿Te hace recordar algo? ¿A alguien?
Oler… eso significaba inhalar. Me di cuenta de que con esfuerzo, podría controlar el cuerpo. Era evidente que aquella cara quería que inhalara, y había sido bastante insistente, por lo que lo hice. Era fácil de hacer. El aire llegó a mis pulmones y pude detectar un olor. Lo analicé, pero no me decía nada, por lo que lo expulsé de los pulmones.
Su rostro desapareció y, de nuevo, me quede solo, pero esta vez se trataba de una soledad distinta. Examiné los sentidos que ahora tenía, y me di cuenta de que mi cuerpo tenía algún tipo de limitación. Estaba débil y sentía un extraño sabor metálico en la boca. La sensación de dolor estaba menguando, al girar la cabeza me di cuenta de que me encontraba en una habitación repleta de espejos. Me veía a mí mismo, ahora era capaz de distinguirme, y entonces me di cuenta de por qué sentía dolor. Mi cuerpo no parecía estar en su mejor momento, y me preguntaba por qué. Podía distinguir una mesa, algunas botellas vacía y un bolso. Había un juego de llaves colgando de la pared y por encima una pequeña imagen de una mujer. Su cara me resultaba familiar, era la misma cara que había tenido delante de mí, eran la misma persona. El mismo pelo largo y rubio, los mismos ojos azules, la única diferencia era que en la fotografía salían sonriendo y yo no la había visto sonreír.
Se alejó de mí y descolgó las llaves. Después se puse detrás y sentí sus manos contra, las que yo suponía, eran las mías. Todavía me encontraba un poco desorientado. Una vez la llave hizo clic pude sentir mis brazos libres, los había tenido retenidos. Los llevé hacia delante, el movimiento de nuevo me causó esa desagradable sensación de dolor, y los examiné. Había sangre, mis manos estaban heridas. Me froté cuidadosamente en la zona dolorida.
La mujer se detuvo en frente y comenzó a hablar. Comenzaba a quitarse la ropa, aquello me sorprendió. Me estaba diciendo que me llamaba Eric Northman y que ella era mi esposa. La creí, ¿por qué me iba a mentir?, lo único que ocurría es que no la recordaba. Vi como se empezaba a quitar hasta quedar tan solo su ropa interior negra. Su piel estaba broceada y tenía buen cuerpo. Me preguntaba por qué se estaba quitando la ropa, aunque no tenía ninguna objeción. Quería que se acercara. Vi como se daba la vuelta y me enseñaba algunas cicatrices de su espalda y otra que tenía en el costado. Me pareció una verdadera pena que hubieran estropeada a una criatura tan hermosa. Me hablaba de los incidentes que nos habían ocurrido juntos, cuando ella había probado mi sangre y yo había probado la suya.
No me acordaba de nada lo que me había dicho, aunque me dijo que intentaría hacer reaccionar a mi memoria mediante los sentidos. Se estaba echando un spray en la parte superior del cuerpo, se giró hacia mí, se quitó el sujetador y se inclinó, casi podía tocarla. Sus pechos eran exquisitos, firmes, grandes y bronceados, sus pezones estaban seductoramente rosas. Sin tan siquiera pensarlo acerqué mi mano para tocarlos. Los abarqué en mis manos mientras los acariciaba con los dedos. Eran suaves y cálidos. Para mi pesar me apartó las manos. Habría protestado pero se acercó tanto a mi cara que podía sentir cada uno de los poros de su piel. ¿Con qué clase de mujer me había casado? La miré a la cara durante unos minutos antes de aceptar su invitación. Acerqué mis labios al pecho y le lamí suavemente el pezón. Aquello me era familiar, con la mano izquierda acariciaba cuidadosamente su pecho, apretando aquella carne flexible y dándole pequeños pellizcos al pezón que se endurecía ante mi tacto.
Traté de extender los colmillos, para alimentarme, pero no los sentía. Me pasé la lengua por los dientes con el fin de encontrarlos, aunque lo único que encontré fueron dos vacíos en su lugar. Mis colmillos habían desaparecido en algún momento. Me avergoncé ante aquella pérdida. ¿Cómo había pasado? No recordaba. Seguramente ¿había tenido una pelea? A lo mejor por eso me cuerpo estaba tan magullado, sabía que me había tenido que resistir a ello. Mientras tanto, me dolió pensar que no podría alimentarme. Podía sentir las venas de aquella mujer, escuchar su pulso a través de los latidos del corazón. Olía su excitación, y sabía que su sangre estaría repleta de feromonas, habría dado cualquier cosa por haber penetrado en su delicada piel.
¿Cómo explicar aquella sensación que sentía al alimentarme de un ser vivo? Apoyas la punta de los colmillos en la fina y delicada piel, y tan fácil de perforar. Sentir la velocidad de la sangre que pasaba por debajo, caliente y dulce, sintiendo como los latidos del corazón se aceleraban ante la pasión, o aún mejor, ante el miedo, y entonces al aplicar un poco más de presión sentir como la piel se opone y acto seguido cortarla como a una fruta madura.
Volvió a hablar, y me dijo que aspirara, así lo hice dejando que la fragancia me inundara, con el fin de hacerme recordar. Una pequeña agitación, una o dos imágenes, pero nada más. Mi lengua continuaba coqueteando y aliviando su pecho izquierdo. Chupé suavemente y su cuerpo se estremeció con la sensación. Al parecer tenía una habilidad especial para esto. La verdad, es que estaba disfrutando. Me murmuraba palabras al oído. Palabras cariñosas, cálidas, íntimas y de alguna manera familiares. El dolor que sentía en otras partes del cuerpo fue desapareciendo, estaba dispuesto a seguir acariciando a aquella maravillosa mujer todo el tiempo que me dejaran.
-Bésame, Eric.
Me resistía a apartar mi boca de aquel lugar pero un suave aroma me obligó. Era irresistiblemente dulce y sutil. Levanté la cabeza y vi una gota de sangre. Sentí una atracción por ella al instante, sin embargo no quería dejarla insatisfecha, quería continuar. Pero no pude ignorar la llamada de la sangre. De mala gana le chupé el pecho y después soplé. Luego levanté la mano ante de alzar la cabeza y mirarla a aquellos ojos azules.
Suavemente inclinó mi cabeza, reaccioné ante el contacto con mis heridas, después su boca tentadora se encontraba delante de la mía. Sus labios gruesos, húmedos y de color rosa me parecieron muy tentadores con aquella gota de sangre en el labio inferior. Con cuidado me la llevé a la boca y cuando otra gota apareció la lamí también. No estaba preparado para aquella explosión de sensaciones en mi boca, el sabor de su sangre permanecía en mi lengua. Estaba rica, era única, indescriptible, e indudablemente familiar, algo en el interior de mi mente me gritaba “Mía”. Era mía. Mía, mía, mía, mía… Me quedé helado, inmóvil. ¿Podría ser posible? Me negaba a creerlo, pero… aquel sabor embriagante.
La oí decir mi nombre cuando agarré fuertemente sus brazos, miré fijamente aquella cara, con unos ojos de una emoción que no podía identificar. ¡Mía! El pensamiento cada vez era más insistente. Su nombre… Tenía que encontrar un nombre… Conocía a aquella mujer… La amaba… Era mi esposa, mi prometida, mi amante, mi…
-¿Sookie? –Apenas pude susurrar, pero la conocía, me conocía, luego la abracé para no dejarla escapar nunca. ¡Mía, mía, mía! Mi alma se regocijaba y temblaba de alegría, nunca pensé que la volvería a ver, y allí estaba, en mis brazos, besándome y acariciándome. Algo en mi interior sentía alivio, y lloré.
-Sookie… mi amor. –Mi voz era ronca, podría pasarme toda vida diciendo su nombre. La abracé, pasó las manos por mi cabeza rapada, y me besó de nuevo. Me sentía como si alguien me hubiera sacado del infierno y me hubiera llevado al cielo. Si en aquel momento hubiera muerto, habría muerto feliz.
Al final, se apartó de mis brazos, estaba demasiado débil para impedirlo. Rápidamente recogió su ropa y mientras lo hacía me decía que me volverían a hacer más daño, que comería y dormiría. No podía creer lo que me estaba diciendo hasta que abrió la puerta y dejó pasar a cuatro personas. Uno de ellos era el abogado Cataliades, el otro un lobo que nunca había visto y los otros dos eran Mike y Rory. Me estremecí al verlos, aunque su actitud parecía haber cambiado por completo. Estaban intimidados, llevaban un ataúd que había comenzado a poner sobre un caballete bajo la dirección del abogado. El lobo llevaba un cubo de agua y, algo mucho más importante, un paquete con seis botellas de True Blood.
Sookie lo cogió y me lo entregó. Quitaba el tapón de la botella y me bebía botellas tras botella, de un trago, a pesar de que estaba fría y viscosa. Podía sentir como me nutría, curaba y fortalecía. Mis huesos comenzaron a colocarse y mi piel a unirse. Mientras tanto, mi amante me quitaba el collar y los grilletes. Entendía porque no me los había quitado antes, quería estar segura de mi reacción. Y no la culpaba. Había sido atacada anteriormente por su exnovio vampiro cuando había estado hambriento y sin dormir. No quería volver a pasar por lo mismo o que yo sintiera la misma culpa que sentido Bill cuando fue consciente de lo que había hecho. Aunque ella lo había perdonado el jamás se había perdonado (y no lo haría). Le tenía que agradecer el haberme protegido.
Ella le lanzó la maldita plata al lobo y le ordenó que se la llevara junto con los instrumentos de tortura que había sobre la mesa. La estaba mirando mientras bebía, me alegraba saber que la obedecían. Era genial la forma en la que ordenaba. A pesar de que sabía que podía se terca como una mula nunca la había visto de esa manera. Su fuerte carácter me sorprendió. Cualquier otra humana al verse en territorio enemigo, rodeada de hombres lobo y vampiros se habría quedado aterrorizada e intimidad, pero no Sookie. Su aire autoritario era excelente, no podía haberse mejorado.
Sólo cuando se giró hacia mí su expresión se suavizó. Me acercó el cubo de agua y comenzó a pasar suavemente la esponja, caliente y con jabón, por la cara y las manos. Me resultaba agónico, pero aquella era una buena ocasión para utilizar mi formación vikinga, no moverse ni mostrar ningún gesto de dolor. Me limpió la sangre de las muñecas y el cuello, que estaban en carne viva, y luego me pasó una toalla por las manos. Tenía que ser muy cuidadosa, pues mis uñas aún no habían crecido, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no retroceder.
Luego me enseñó un documento y me pidió que lo firmase. Empecé a leerlo, pero ella me detuvo, diciéndome que no teníamos tiempo, que debía confiar en ella y firmar. Aquello era inaceptable. Nunca firmaba nada sin leerlo atentamente, ella me lo volvió a pedir con más urgencia.
-¿Dudas de que quiero lo mejor para ti? –Los recuerdos me inundaron. Había usado aquellas mismas palabras cuando la había engañado para que se prometiera conmigo. Sabía perfectamente que estaba utilizando aquellas palabras para manipularme, y estuve a punto de fastidiarle aquel intento cuando me puse a pensar. ¿Por qué no debía confiar en ella? ¿No me había demostrado una y otra vez que podía confiar? ¿Qué me detenía? Tan solo mi instinto de supervivencia, que no me permitía confiar en nadie. ¿Podría superar aquello por ella? Cogí el bolígrafo y poco a poco, y dolorosamente, estampé mi firma, apoyando el papel en mis muslos. Hasta aquel momento mis piernas habían estado demasiado rígidas para moverlas. El abogado cogió el papel y fue testigo de mi firma, luego salió de la habitación.
Mi amada tenía una expresión de alivio y aprensión. La vi coger aire fuertemente, y luego me comenzó a explicar cómo había llegado hasta allí. Trate de pararla pero me dijo que me callara y escuchase. Resultaba evidente que estaba desesperada por que la comprendiera, realmente no la entendía. Hasta que lo comprendí. Victor quería asegurarse de que Sookie estuviera bajos las órdenes de Felipe, y esta era su forma de hacerlo. Ahora comprendía porque no me había dando la muerta definitiva cuando me declararon aquella noche culpable. Victor había conseguido traer a Sookie a través de mensajes enviados por mi móvil, pero no había logrado influenciarla de ningún modo cuando ella llegó. Por lo que decidió su amor para doblegarla.
¡Qué irónico! Cuando revisé todos los peros de comprometernos había pensado sobre lo peligroso que sería reconocer mis sentimientos para con ella, y al revés. Sabía que sería peligroso, pero siempre había asumido que me manipularían a mí. Nunca había imaginado que la manipularían a ella.
A medida que continuaba mi rabia iba aumentando. Victor le había dicho a Sookie que si quería salvarme debería trabajar para el rey. Debido a que estábamos comprometidos debía tener mi consentimiento, lo que él no sabía es que no se lo daría, ¡se había atrevido a sugerir que lo rompiéramos! Sabía lo que ocurriría si lo hacía, en el momento en el que Sookie fuera libre la obligarían a formar un vínculo para poder controlarla. Prefería morir a que aquello le sucediera, y se lo dije, pero ella me interrumpió.
–Eric, si no lo consientes, morirás, lenta y dolorosamente, y como por ley soy tu esposa, ¡tendré que verlo!
Me quedé mirándola, sabía que lo que me estaba diciendo era verdad. Como la esposa de un condenado por traición estaba en la obligación de ver mi sufrimiento.
-Tendré un asiento en primera fila durante seis meses para verte morir. No puedo hacerlo. -¡Santo cielo! ¿Cómo podría someterla a aquello? No esperaba que mi muerte fuese rápida, pero tampoco esperaba que ella tuviera que estar presente.
Continuó hablando, apoyando su idea, mientras sus hermosos ojos llenos de lágrimas me miraban. Me rogó que aceptara, que me exiliara y regresara a mi tierra natal. No podía aceptarlo, dejar a mi esposa en peligro mientras yo estaba tranquilo en Suecia… ¿qué? ¿Sookie quería demostrar mi inocencia? Ese era su plan, pero no era realista. Me dejó claro que no me podría poner en contacto con ningún conocido, que de lo contrario estaríamos los dos bajo pena de muerte, y si me ponía en contacto con ella, le ocurriría lo mismo. Pero vivir sin ella no era vivir… tan solo existiría. Los dioses estaban siendo crueles. Había pasado siglos sólo en la oscuridad, al final había encontrado la felicidad, y me iba a ser arrebatada justo cuando empezaba a darme cuenta de que era real. Preferiría haberme quedado solo que haber tenido la taza en mi boca para después romperse.
Por otro lado estaba Madden. Le expliqué a Sookie mis temores acerca del vínculo de sangre, y su respuesta me causó tanto felicidad como angustia. Me dijo que si fortalecíamos nuestro vínculo, el nuevo vínculo de Victor no tendría efecto, se proponía renovar nuestra unión en aquel momento.
No había nada en el mundo que deseara más, pero no era posible. Sin mis colmillos no sería capaz de llegar a sus venas y alimentarme. Mis dientes no eran tan afilados como para romper la piel sin destrozarla y causarle dolor. Además, ella no se curaba con la misma facilidad que yo, y le podrían quedar cicatrices. Aunque ella se podía alimentar de mí, aguantaría el dolor y después disfrutaría del placer de sentir su boca caliente y dulce sobre mi cuerpo, bebiendo de mí, sabiendo que me hacía parte de ella. La intimidad de aquel acto se trataba de una de las experiencias más eróticas que yo había vivido, y deseaba experimentarla de nuevo, a pesar de mi deshonra.
Se dio cuenta de mis dudas y abrió los ojos aún más. Mi corazón se retorció de dolor al verlos y escuchar el dolor en su voz.
–¿No quieres vincularte conmigo más, Eric?
No pude soportar aquello. Prefería que supiera la verdad y me despreciara a que creyera que no quería ser parte de ella. Y confesé.
-Sookie… no puedo… mis colmillos… -no pude continuar, pero ella me entendió.
-No hay ningún problema, Eric. –Y me alzó un bisturí. Debía de haberlo cogido de la mesa antes de que mis verdugos se llevaran las herramientas de tortura. Pero ¿por qué lo había cogido? Me di cuenta de que quizás había visto sangre en mi boca y había sabido lo que significaba. Me sentí aliviado al darme cuenta de que no me miraba con desprecio, me entendía.
Me dijo que me acostara y comencé a mover mis miembros entumecidos. El dolor era insoportable, la necesitaba como punto de apoyo porque no podía con mi peso, pero finalmente conseguí apoyas la espalda. Todavía no podía estirar las piernas por completo, pero ella se puso tras de mí y apoyó mi cabeza en su regazo, a no ser que me estuviera engañando aquella postura la habíamos tenido muchas veces en su casa. Recordé que había utilizado aquella imagen para apartarme del sufrimiento, y ahora era realidad. Suspiré y cerré los ojos. Estaba tan cansado… un ligero aroma llamó mi atención. Solo había una cosa en el mundo que oliera así. Abrí los ojos para ver como mi amante se había hecho una pequeña herida en la muñeca y la sostenía sobre mi boca. Podía ver la sangre brotar, y me sonrió.
-Abre la boca.
Así lo hice y las pequeñas gotas llegaron a mi boca, mi lengua reaccionaba ante aquella especie de ambrosia. Estaba eufórico. ¡Oh dios mío! Estaba en el paraíso.
Las gotas llegaban lentamente, calientes, mientras me las tragaba con avidez y sentía como llegaba a cada parte de mi cuerpo. Cerré los ojos de nuevo, estaba en plena sensación de éxtasis. Incluso cuando no estaba muerto de hambre, la sangre de Sookie era especial, con el contenido justo de hada, pero no el suficiente para que me volviera loco de placer. Sentí como mi curación se aceleraba y volvía a recuperar la fuerza. Era consciente de aquel deseo que tenía por agarrarle del brazo y acabar con hasta la última gota de sangre. Luché y la miré para ver si quería darme más. A pesar de mis impulsos, no quería debilitarla. Ella sonrió tristemente.
- Sigue bebiendo. El vínculo tiene que durar mucho tiempo. –No le hice caso a la pequeña lágrima que salía de sus ojos y que me intentaba decir algo. Acarició mi cabeza mientras seguí bebiendo hasta que me detuvo. E intenté curarle la muñeca lo mejor que pude.
Ahora era mi turno. Me dejó la cabeza apoyada en el suelo y me rodeó hasta quedar encima de mí, se puso encima de mí mientras estiraba las piernas, que ahora podía mover sin dolor. El peso de su cuerpo en mis recién curadas costillas no fue agradable, pero podía aguantarlo, había llegado a pensar que aquello no podríamos volver a hacerlo; aquella sensación de su piel firme contra la mía, su dulce aroma y si mirada fija en mí. Mi corazón estaba pletórico. Utilizó el bisturí para hacerme una herida debajo del pezón, puso sus labios sobre ella y comenzó a tomar sangre. Casi me desmayo de placer. Gemí un poco y la rodeé con mis brazos.
Podía sentir como su boca succionaba sobre la herida, justo en ese momento ella apretó y un estremecimiento recorrió mis entrañas. Trate desesperadamente de permanecer inmóvil, sabiendo que de lo contrario avergonzaría a mi puritana amante. Siempre había sido una mezcla extraña: lujuriosa en el dormitorio y restrictiva cuando alguien podía vernos. No lo entendía, pero lo aceptaba porque era su forma de ser. Luché por controlarme pero la sensación era demasiado fuerte y me moví un poco. No dejó de beber pero pude sentir su corazón, sus latido habían aumentado y su respiración ahora era más profunda. Luché contra el impulso de ponerme encima suya y tomarla en aquella habitación, si no lo hacía era para no traicionarla. Continuó bebiendo hasta que la herida cicatrizó, aunque la obligué a volver a abrirla y seguir bebiendo. Cuanto más mezclada estuviera nuestra sangre más fuerte sería el vínculo.
Al final suspiró y dejó de beber. Apreté los brazos alrededor de ella durante un segundo. No quería dejarla ir pero sabía que si no lo hacía en aquel momento no lo haría más tarde. La solté y gentilmente me ayudó a sentarme. Todavía estaba un poco rígido, y aunque hubiera rechazado cualquier tipo de ayuda de otro, ella era mi mujer.
Volvió a intentar convencerme de que aceptara el divorcio, me rogaba que la dejara salvarme.
Me suplicó, no es que no quisiera seguir comprometida conmigo, sino que no soportaba la idea de vivir sabiendo que yo estaba muerto. Prefería que estuviera vivo, aunque no pudiera ver. En cambio, yo no podía condenarla a una vida de servidumbre bajo las órdenes de Victor y de Felipe, y se lo dije. El sacrificio era demasiado grande.
Se desesperó, y me recordó aquellas ocasiones en las que yo me había sacrificado por su seguridad, la entendía. Me di cuenta que al igual que yo había considerado que todo lo que había hecho no era un sacrificio, ella tampoco consideraba aquello un sacrificio. Sabía que no me merecía aquella mujer, pero no podía apartarme de ella. Percibió a Victor Madden, no había tiempo. Me lo rogó y no me pude negar a sus suplicas. A pesar de que se me rompía el corazón sabía que aquello era lo más razonable. Le daría lo que quería.
Suspiró con alivio y se puso de pie. Tenía que enfrentarme a mis enemigos de pie, no le dejaría ver mi debilidad, aunque poco a poco iba disminuyendo. Le pedí a Sookie que me ayudara y lo hizo a regañadientes. Me apoyé en la pared y luego me levanté mientras la agarraba de la mano. Apreté suavemente y ella me sonrió, antes de ponerse totalmente recta para enfrentar a nuestros enemigos. Me sentía orgulloso de ella.
La puerta se abrió y apareció delante. Todos los músculos de mi cuerpo me pedían que me abalanzara sobre él, aunque después de mil años de supervivencia había aprendido que debía ser cauto. Consideré mi posición con cuidado. Los vampiros que estaban con él no eran guerreros, podía acabar con ellos, pero había muchas guardias por el alrededor. Aún seguía estando débil, y no tenía colmillos por lo que no podía romperles la garganta. Además me tenía que replantear eso de matarle sin motivo aparente. Aquello no ayudaría a mi mujer. Esperé, sabiendo que conforme pasaban los segundos yo me hacía más fuerte.
Entró en la celda cautelosamente, teniendo cuidado de no quedar a mi alcance. No era tonto. Tenía que encontrar alguna manera de convencerle de que me atacara. Entonces me pondría a su alcance y cuando me acusaran de arrancarle la cabeza yo podría decir que había sido en defensa propia. Estaba hablando con Sookie y me sorprendió escuchar “Sra. Northman”. ¿Cuánto tiempo llevaba utilizando mi apellido? Siempre lo había deseado, pero siempre se había negado. Aquello era más de lo que podía haber esperado, por fin había aceptado nuestra relación, y había cogido mi nombre, aunque justo en el momento en el que íbamos a disolver el matrimonio. Traté de disimular aquel dolor, pero al parecer ella se dio cuenta.
Madden se acercó un poco más, pero no lo suficiente. Luego se volvió hacia mí. Me preguntó formalmente si estaba de acuerdo con la disolución, y aunque fue una de las cosas más difíciles, asentí. Sookie me apretó la mano en señal de agradecimiento. Comprendía mi dolor. Ella también estuvo de acuerdo, Madden hizo un gesto a sus compañeros para que le pasaran las copias de disolución. Por primera vez en mi vida no tenía ningún interés en leer a fondo el contrato. Si tenía que hacerlo prefería no mirar los detalles. Firmar era todo lo que podía soportar. Los revisé por encima y los eché encima de la mesa. Sookie, sin embargo, utilizó un poco más de sensatez y le pidió al Sr. Cataliades que revisara las copias, y lo hizo. Me alegré al saber que mi amante estaba dejando de ser ingenua. Cuando Cataliades los aprobó Sookie firmó, con un bolígrafo ridículamente ostentoso que le entregó Madden.
Luego me tocó a mí. Cada esperanza que tenía de estar con Sookie fue desapareciendo con cada gota de tinta, y una idea se me ocurrió. Miré la pluma más detenidamente. Estaba seguro de que la había visto antes en un catálogo de Mont-Blanc , parecida, pero decorada con zafiros en vez de con rubíes. No me había atraído comprarla, era vulgar, pero artesana y costosa. Madden siempre había presumido de elegancia, y era conocido por gastar cantidades astronómicas en juguetitos caros que para él eran necesarios. Tal vez, podría utilizar aquello en su contra.
Me obligué a poner un tono de voz neutral y a preguntarle sobre ella. El muy estúpido se creía que le tenía envidia, y casi se hincha de orgullo mientras me decía cada una de las virtudes de aquella pequeña monstruosidad. Como había sospechado, la valoraba mucho, aquello era perfecto para mis propósitos. Hice el amago de acercársela a la mano pero la dejé caer al suelo. Antes de que pudiera recogerla coloqué mi pide derecho sobre ella, poco a poco fui aplastándola y fragmentándola. Sentía pequeñas punzadas en la planta del pie mientras se iba desintegrando bajo mi peso. Le sostuve la mirada a Madden mientras se escuchaba el crujido. ¿Maduro? No ¿Mezquino? Posiblemente ¿Satisfactorio? Por supuesto.
Le provoqué aún más cuando retrocedí un paso dejando ver los fragmentos.
-¡Oops!
Pensé que se iba a poner a arder en cualquier momento cuando se hincó de rodillas, prácticamente sollozando por los restos. Entonces me miró, sacó los colmillos, y me dijo que aquello era vandalismo.
Aquello fue perfecto. Y añadí un poco más de gasolina para que ardiera mejor, le informe que era un vikingo y no un vándalo. Intenté que mi voz estuviera cargada de desprecio, como si le estuviera insultando, estaba preparado para su ataque. Estaba seguro de que en aquellos momentos era lo suficientemente fuerte como para poder con él, pero aún quedaban hilos sueltos. No sabía lo rápido que podía ser, lo único que me quedaba por pensar era que yo lo era más.
Finalmente resultó que lo era. Gritó que le había costado tres cuartos de millón, y se abalanzó para atacarme. En el momento en el que se puso a mi alcance le agarré con la mano izquierda la garganta y lo levanté. Mi espíritu guerrero estaba feliz de sentir su piel bajo mis dedos, y empecé a apretar. Mi rabia aumentaba y el bombeo de mi sangre retumbaba en mis oídos. Cuando mi voz regresó les espeté a sus subordinados que eran patéticos por haber mantenido distancia, estaban intimidados. Luego volví a mirar a Madden, que luchaba por soltarse, mis antepasados vikingos me pedían que me vengara de aquella serpiente venenosa. Pensé en lo que me había pasado aquella noche, me había separado del amor de mi vida para seguir su estúpida carrera, sabía lo que tenía que hacerle, y lo iba a disfrutar cada segundo. Lo haría lo más lento posible, me deleitaría con su agonía y respiraría sus gritos como si fueran incienso.
Estaba a punto de hacerlo cuando sentí que algo tocaba mi brazo, y una voz fresca y tranquila me habló.
-Será mejor que le bajes, cariño. Todavía le necesitamos.
Sookie. Apenas podía verla a través de la rabia, pero reconocí su voz al instante. Aquella voz que había entrado en la habitación del huracán y me había ayudado a regresar al mundo. Su voz, aquella voz humana, que tantas veces me había hecho ser peligroso y destructivo, aunque aquello ella no lo sabía. No podía negarme. Tragué saliva y cerré los ojos, en pocas palabras, estaba luchando contra mis demonios internos que me estaban gritando “matar, matar, matar…”.
La razón me lo confirmó, ella decía lo correcto. Lo necesitábamos para que intercediera en mi sentencia y me desterraran. Él era el único que estaba lo suficientemente cerca de Felipe para hacerlo. De mala gana, y poco a poco, mis dedos se fueron soltando y dejé que cayera al suelo. Sookie me sonrió y mi corazón me dio una sacudida. Joder ¿cómo me hacía aquello? Yo caminaría por el fuego para conseguir una sonrisa suya. Las voces se desvanecían, la rabia desaparecía, volvía a ser un ser racional.
Madden se puso en pie, me maldijo, y para mi deleite perdió el control, comenzó a hablar mal del rey tendidamente. Aquello mi amor le llamaba “la guinda del pastel”. Había demasiados testigos para que después lo negara, y sabía que Sookie sería capaz de coger ventaja con esto.
La adrenalina empezaba a desaparecer, y la reacción había comenzado. A pesar de que estaba recuperado, el enorme esfuerzo que había hecho al aprovecharme de Madden me había agotado más de lo que me gustaría admitir. Un sentimiento de resignación me invadió. Había perdido a Sookie. Todo mi trabajo durante este último siglo sería para el rey: Fangtasia, mis inversiones, mi casa, incluso mi Corvette, y Felipe probablemente se lo daría todo a Madden. Odiaba la idea de imaginarme al sapito con todas mis posesiones, pero aquello carecía de importancia si me ponía a pensar que había perdido a la mujer que amaba y que me había hecho llegar al borde de la locura.
Si no supiera que aquello le dolería, había preferido ver el sol en aquel momento.
Salí de mi ensimismamiento cuando escuché como Sookie le insistía a Madden que la llamara Sra. Northman, y Cataliades la había apoyado legalmente para utilizar aquel apellido. Un pequeño gesto que había resultado ser un golpe. Le sonreí sabiendo que me estaba intentando consolar. Nunca había conocido a ninguna mujer tan generosa, incluso cuando ella estaba inundada de dolor intentaba consolarme.
Pero ya era demasiado tarde. El momento de la despedida ya había llegado. Puso sus manos sobre mis hombros y yo la cogí en mi brazo. Puse mi boca sobre la suya y nos perdimos el uno con el otro. Demasiado breve. Traté de guardar aquel momento en mi memoria, no lo quería olvidar, sentir su peso en mi brazo, su calidez y vitalidad, el olor de su pelo se mezclaba con el perfume que le había regalado, y tras su olor único aquella esencia de hada. Una lágrima brilló en sus pestañas y me la llevé a la boca para saborearla. Entonces la odiosa voz de Madden rompió el momento, tenía que dejarla marchar. Se aferró a mí, pero yo había dicho adiós tantas veces en mi larga vida que sabía por experiencia que lo mejor era ser rápido. Prolongar el adiós prolongaba el dolor. Me armé de valor, la solté y la dejé en el suelo. Di un paso hacia atrás, sabiendo que si me quedaba demasiado cerca de ella podría llegar a desafiar a todos para no separarme.
Entonces ella sacó de nuevo su pequeño botecito de perfume y lo vació en mis manos, y me las besó. No se podía hacer una idea de lo que escocía el alcohol del perfume en mis heridas, simplemente quería que la recordara. Me llevé las manos a la cara y aspiré el olor. Luego se acercó, me acarició la cara y me dijo algo sorprendente.
-Tills vi möts igen, min make. –Me había llamado esposo en la lengua que yo mejor conocía. Mi corazón se hinchó de tal manera que pensé que iba a estallar. Solo podía sonreír y repetir sus palabras. Mi voz se debilitó cuando lo dije.
-Tills vi möts igen, min lilla fru. –Solía ponerse furiosa cuando la llamaba pequeña esposa, pero pensé que en aquella ocasión no le importaría. Nunca volvería a oír aquellas palabras de nuevo.
Luego se giró y se dirigió hacia la puerta, sin mirar atrás. Cuando salió, nuestro recién reforzado vínculo se fortaleció, pude ver como se tambaleaba ante la intensidad de emociones que la dominó en unos segundos. Se volvió y pude sentir su amor, su coraje y su determinación a través del vínculo. ¡Qué había hecho con mis defensas vikingas! Mis defensas habían desaparecido, no le podía ocultar lo que sentía, incluso si lo intentaba, supe que mi amor hacia ella fue lo último que pudo ver en mi cara antes de la que puerta se cerrara y el vínculo desapareciese. Mi autocontrol desapareció y lancé contra la puerta, golpeándola con todas mis fuerzas. Apoyé la frente contra ella unos segundos, consiguiendo así controlar mis emociones y luego me enderecé, llevé mis manos a la cara para volver a oler aquel aroma. Duraría muchos días.
Cuando me detuve para aspirar el olor escuché un pequeño golpe en el espejo del techo, y me volví hacia él. Sabía dónde se encontraba la pasarela por encima de mí, y también sabía sin ninguna duda que mi amor se encontraba allí, había logrado de alguna manera decirme que estaba en aquel lugar y que me miraba. Sonreí y me besé los dedos.
-Min lilla fru. –Sabía que reconocería mis palabras.
Estuve parado durante unos minutos, no sabía cuánto tiempo ella se quedaría en la pasarela, aunque sabía que Madden no se lo permitiría. Dejé de mirar hacia arriba y me giré hacia el ataúd. Me sentía abrumado y fatigado. La adrenalina había sido lo que me había mantenido en funcionamiento la última hora, finalmente desapareció y el cansancio llegó. A pesar de que sabía que fuera era de noche el ataúd me llamaba. Retiré el retrato de Sookie de la pared y y lo miré. Me metí en el ataúd y traté de ponerme cómodo. Era un poco pequeño, pero francamente en aquel momento podía haberme dormido en una cuchilla. Mi reloj corporal me informaba que aún quedaban unas cuatro horas de oscuridad, y luego diez horas de luz. En catorce horas podría recuperar todo el sueño perdido. Cerré los ojos y puse el relicario cerca de mí. Susurré su nombre y dejé que la oscuridad me inundara.
EPOV
Voy a la deriva en la oscuridad. Yo soy todo lo que hay. Todo lo que alguna vez fui, o seré. No hay nada más: sin hambre, sin dolor, sin cuerpo, sin nada. Entonces, después de un tiempo infinito, hay algo. Una sensación. Pienso en identificarla, pero no es necesario. Voy a la deriva de nuevo, a salvo en la oscuridad. La sensación se vuelve cada vez más fuerte. Está en un camino apartado. Después de un siglo decido examinarla. Sí, ahí está otra vez. Son vibraciones que danzan en mi conciencia, dejando un rastro de luz. La luz se encuentra a mi alrededor, y deja formas oscilantes, que aparecen y desaparecen. Forman sonidos e imágenes. Dicen:
-Lo siento, Eric, era todo lo que tenía. Traerán más dentro de unos minutos.
No tiene sentido. Sonidos que no dicen nada. Pero este ha sido diferente, es agradable, atractivo. Voy a la deriva, con el sonido, y algo me impulsa y tira de mí. Tengo prisa, algo me arrastra. Un sentido me ancla hacia la solución de todo, sé que estoy en un cuerpo. Puedo sentir el peso que me aguanta en el suelo. Ya no estoy flotando. Ahora la imagen se hace más clara. Es una cara, que me mira directamente, ¿soy yo?, no me parezco a mí. Quizá no lo sea. Los labios están en movimiento. Luego hay un conjunto de movimientos, que se combinan a la perfección con el sonido y forman palabras.
-Eric, cariño, soy yo. ¿Sabes quién soy?
De nuevo la palabra “Eric”. Empecé a sentir que debía tener un significado para mí. Otra sensación me resultó poco a poco conocida. No era… agradable. Quería apartarme de ella, pero no podía. La conocía, era dolor. Había sido el motivo por lo que había abandonado el cuerpo, el dolor, pero ya no podía regresar. Tendría que seguir soportando la sensación. Era muy poderosa.
La cara estaba frente a mí, al moverse apareció otra cosa en mi campo de visión. No podía reconocerlo al principio, pero poco a poco fui reconociendo la mano. Y una vez más otra sucesión de palabras.
-Huele esto, Eric. ¿Te hace recordar algo? ¿A alguien?
Oler… eso significaba inhalar. Me di cuenta de que con esfuerzo, podría controlar el cuerpo. Era evidente que aquella cara quería que inhalara, y había sido bastante insistente, por lo que lo hice. Era fácil de hacer. El aire llegó a mis pulmones y pude detectar un olor. Lo analicé, pero no me decía nada, por lo que lo expulsé de los pulmones.
Su rostro desapareció y, de nuevo, me quede solo, pero esta vez se trataba de una soledad distinta. Examiné los sentidos que ahora tenía, y me di cuenta de que mi cuerpo tenía algún tipo de limitación. Estaba débil y sentía un extraño sabor metálico en la boca. La sensación de dolor estaba menguando, al girar la cabeza me di cuenta de que me encontraba en una habitación repleta de espejos. Me veía a mí mismo, ahora era capaz de distinguirme, y entonces me di cuenta de por qué sentía dolor. Mi cuerpo no parecía estar en su mejor momento, y me preguntaba por qué. Podía distinguir una mesa, algunas botellas vacía y un bolso. Había un juego de llaves colgando de la pared y por encima una pequeña imagen de una mujer. Su cara me resultaba familiar, era la misma cara que había tenido delante de mí, eran la misma persona. El mismo pelo largo y rubio, los mismos ojos azules, la única diferencia era que en la fotografía salían sonriendo y yo no la había visto sonreír.
Se alejó de mí y descolgó las llaves. Después se puse detrás y sentí sus manos contra, las que yo suponía, eran las mías. Todavía me encontraba un poco desorientado. Una vez la llave hizo clic pude sentir mis brazos libres, los había tenido retenidos. Los llevé hacia delante, el movimiento de nuevo me causó esa desagradable sensación de dolor, y los examiné. Había sangre, mis manos estaban heridas. Me froté cuidadosamente en la zona dolorida.
La mujer se detuvo en frente y comenzó a hablar. Comenzaba a quitarse la ropa, aquello me sorprendió. Me estaba diciendo que me llamaba Eric Northman y que ella era mi esposa. La creí, ¿por qué me iba a mentir?, lo único que ocurría es que no la recordaba. Vi como se empezaba a quitar hasta quedar tan solo su ropa interior negra. Su piel estaba broceada y tenía buen cuerpo. Me preguntaba por qué se estaba quitando la ropa, aunque no tenía ninguna objeción. Quería que se acercara. Vi como se daba la vuelta y me enseñaba algunas cicatrices de su espalda y otra que tenía en el costado. Me pareció una verdadera pena que hubieran estropeada a una criatura tan hermosa. Me hablaba de los incidentes que nos habían ocurrido juntos, cuando ella había probado mi sangre y yo había probado la suya.
No me acordaba de nada lo que me había dicho, aunque me dijo que intentaría hacer reaccionar a mi memoria mediante los sentidos. Se estaba echando un spray en la parte superior del cuerpo, se giró hacia mí, se quitó el sujetador y se inclinó, casi podía tocarla. Sus pechos eran exquisitos, firmes, grandes y bronceados, sus pezones estaban seductoramente rosas. Sin tan siquiera pensarlo acerqué mi mano para tocarlos. Los abarqué en mis manos mientras los acariciaba con los dedos. Eran suaves y cálidos. Para mi pesar me apartó las manos. Habría protestado pero se acercó tanto a mi cara que podía sentir cada uno de los poros de su piel. ¿Con qué clase de mujer me había casado? La miré a la cara durante unos minutos antes de aceptar su invitación. Acerqué mis labios al pecho y le lamí suavemente el pezón. Aquello me era familiar, con la mano izquierda acariciaba cuidadosamente su pecho, apretando aquella carne flexible y dándole pequeños pellizcos al pezón que se endurecía ante mi tacto.
Traté de extender los colmillos, para alimentarme, pero no los sentía. Me pasé la lengua por los dientes con el fin de encontrarlos, aunque lo único que encontré fueron dos vacíos en su lugar. Mis colmillos habían desaparecido en algún momento. Me avergoncé ante aquella pérdida. ¿Cómo había pasado? No recordaba. Seguramente ¿había tenido una pelea? A lo mejor por eso me cuerpo estaba tan magullado, sabía que me había tenido que resistir a ello. Mientras tanto, me dolió pensar que no podría alimentarme. Podía sentir las venas de aquella mujer, escuchar su pulso a través de los latidos del corazón. Olía su excitación, y sabía que su sangre estaría repleta de feromonas, habría dado cualquier cosa por haber penetrado en su delicada piel.
¿Cómo explicar aquella sensación que sentía al alimentarme de un ser vivo? Apoyas la punta de los colmillos en la fina y delicada piel, y tan fácil de perforar. Sentir la velocidad de la sangre que pasaba por debajo, caliente y dulce, sintiendo como los latidos del corazón se aceleraban ante la pasión, o aún mejor, ante el miedo, y entonces al aplicar un poco más de presión sentir como la piel se opone y acto seguido cortarla como a una fruta madura.
Volvió a hablar, y me dijo que aspirara, así lo hice dejando que la fragancia me inundara, con el fin de hacerme recordar. Una pequeña agitación, una o dos imágenes, pero nada más. Mi lengua continuaba coqueteando y aliviando su pecho izquierdo. Chupé suavemente y su cuerpo se estremeció con la sensación. Al parecer tenía una habilidad especial para esto. La verdad, es que estaba disfrutando. Me murmuraba palabras al oído. Palabras cariñosas, cálidas, íntimas y de alguna manera familiares. El dolor que sentía en otras partes del cuerpo fue desapareciendo, estaba dispuesto a seguir acariciando a aquella maravillosa mujer todo el tiempo que me dejaran.
-Bésame, Eric.
Me resistía a apartar mi boca de aquel lugar pero un suave aroma me obligó. Era irresistiblemente dulce y sutil. Levanté la cabeza y vi una gota de sangre. Sentí una atracción por ella al instante, sin embargo no quería dejarla insatisfecha, quería continuar. Pero no pude ignorar la llamada de la sangre. De mala gana le chupé el pecho y después soplé. Luego levanté la mano ante de alzar la cabeza y mirarla a aquellos ojos azules.
Suavemente inclinó mi cabeza, reaccioné ante el contacto con mis heridas, después su boca tentadora se encontraba delante de la mía. Sus labios gruesos, húmedos y de color rosa me parecieron muy tentadores con aquella gota de sangre en el labio inferior. Con cuidado me la llevé a la boca y cuando otra gota apareció la lamí también. No estaba preparado para aquella explosión de sensaciones en mi boca, el sabor de su sangre permanecía en mi lengua. Estaba rica, era única, indescriptible, e indudablemente familiar, algo en el interior de mi mente me gritaba “Mía”. Era mía. Mía, mía, mía, mía… Me quedé helado, inmóvil. ¿Podría ser posible? Me negaba a creerlo, pero… aquel sabor embriagante.
La oí decir mi nombre cuando agarré fuertemente sus brazos, miré fijamente aquella cara, con unos ojos de una emoción que no podía identificar. ¡Mía! El pensamiento cada vez era más insistente. Su nombre… Tenía que encontrar un nombre… Conocía a aquella mujer… La amaba… Era mi esposa, mi prometida, mi amante, mi…
-¿Sookie? –Apenas pude susurrar, pero la conocía, me conocía, luego la abracé para no dejarla escapar nunca. ¡Mía, mía, mía! Mi alma se regocijaba y temblaba de alegría, nunca pensé que la volvería a ver, y allí estaba, en mis brazos, besándome y acariciándome. Algo en mi interior sentía alivio, y lloré.
-Sookie… mi amor. –Mi voz era ronca, podría pasarme toda vida diciendo su nombre. La abracé, pasó las manos por mi cabeza rapada, y me besó de nuevo. Me sentía como si alguien me hubiera sacado del infierno y me hubiera llevado al cielo. Si en aquel momento hubiera muerto, habría muerto feliz.
Al final, se apartó de mis brazos, estaba demasiado débil para impedirlo. Rápidamente recogió su ropa y mientras lo hacía me decía que me volverían a hacer más daño, que comería y dormiría. No podía creer lo que me estaba diciendo hasta que abrió la puerta y dejó pasar a cuatro personas. Uno de ellos era el abogado Cataliades, el otro un lobo que nunca había visto y los otros dos eran Mike y Rory. Me estremecí al verlos, aunque su actitud parecía haber cambiado por completo. Estaban intimidados, llevaban un ataúd que había comenzado a poner sobre un caballete bajo la dirección del abogado. El lobo llevaba un cubo de agua y, algo mucho más importante, un paquete con seis botellas de True Blood.
Sookie lo cogió y me lo entregó. Quitaba el tapón de la botella y me bebía botellas tras botella, de un trago, a pesar de que estaba fría y viscosa. Podía sentir como me nutría, curaba y fortalecía. Mis huesos comenzaron a colocarse y mi piel a unirse. Mientras tanto, mi amante me quitaba el collar y los grilletes. Entendía porque no me los había quitado antes, quería estar segura de mi reacción. Y no la culpaba. Había sido atacada anteriormente por su exnovio vampiro cuando había estado hambriento y sin dormir. No quería volver a pasar por lo mismo o que yo sintiera la misma culpa que sentido Bill cuando fue consciente de lo que había hecho. Aunque ella lo había perdonado el jamás se había perdonado (y no lo haría). Le tenía que agradecer el haberme protegido.
Ella le lanzó la maldita plata al lobo y le ordenó que se la llevara junto con los instrumentos de tortura que había sobre la mesa. La estaba mirando mientras bebía, me alegraba saber que la obedecían. Era genial la forma en la que ordenaba. A pesar de que sabía que podía se terca como una mula nunca la había visto de esa manera. Su fuerte carácter me sorprendió. Cualquier otra humana al verse en territorio enemigo, rodeada de hombres lobo y vampiros se habría quedado aterrorizada e intimidad, pero no Sookie. Su aire autoritario era excelente, no podía haberse mejorado.
Sólo cuando se giró hacia mí su expresión se suavizó. Me acercó el cubo de agua y comenzó a pasar suavemente la esponja, caliente y con jabón, por la cara y las manos. Me resultaba agónico, pero aquella era una buena ocasión para utilizar mi formación vikinga, no moverse ni mostrar ningún gesto de dolor. Me limpió la sangre de las muñecas y el cuello, que estaban en carne viva, y luego me pasó una toalla por las manos. Tenía que ser muy cuidadosa, pues mis uñas aún no habían crecido, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no retroceder.
Luego me enseñó un documento y me pidió que lo firmase. Empecé a leerlo, pero ella me detuvo, diciéndome que no teníamos tiempo, que debía confiar en ella y firmar. Aquello era inaceptable. Nunca firmaba nada sin leerlo atentamente, ella me lo volvió a pedir con más urgencia.
-¿Dudas de que quiero lo mejor para ti? –Los recuerdos me inundaron. Había usado aquellas mismas palabras cuando la había engañado para que se prometiera conmigo. Sabía perfectamente que estaba utilizando aquellas palabras para manipularme, y estuve a punto de fastidiarle aquel intento cuando me puse a pensar. ¿Por qué no debía confiar en ella? ¿No me había demostrado una y otra vez que podía confiar? ¿Qué me detenía? Tan solo mi instinto de supervivencia, que no me permitía confiar en nadie. ¿Podría superar aquello por ella? Cogí el bolígrafo y poco a poco, y dolorosamente, estampé mi firma, apoyando el papel en mis muslos. Hasta aquel momento mis piernas habían estado demasiado rígidas para moverlas. El abogado cogió el papel y fue testigo de mi firma, luego salió de la habitación.
Mi amada tenía una expresión de alivio y aprensión. La vi coger aire fuertemente, y luego me comenzó a explicar cómo había llegado hasta allí. Trate de pararla pero me dijo que me callara y escuchase. Resultaba evidente que estaba desesperada por que la comprendiera, realmente no la entendía. Hasta que lo comprendí. Victor quería asegurarse de que Sookie estuviera bajos las órdenes de Felipe, y esta era su forma de hacerlo. Ahora comprendía porque no me había dando la muerta definitiva cuando me declararon aquella noche culpable. Victor había conseguido traer a Sookie a través de mensajes enviados por mi móvil, pero no había logrado influenciarla de ningún modo cuando ella llegó. Por lo que decidió su amor para doblegarla.
¡Qué irónico! Cuando revisé todos los peros de comprometernos había pensado sobre lo peligroso que sería reconocer mis sentimientos para con ella, y al revés. Sabía que sería peligroso, pero siempre había asumido que me manipularían a mí. Nunca había imaginado que la manipularían a ella.
A medida que continuaba mi rabia iba aumentando. Victor le había dicho a Sookie que si quería salvarme debería trabajar para el rey. Debido a que estábamos comprometidos debía tener mi consentimiento, lo que él no sabía es que no se lo daría, ¡se había atrevido a sugerir que lo rompiéramos! Sabía lo que ocurriría si lo hacía, en el momento en el que Sookie fuera libre la obligarían a formar un vínculo para poder controlarla. Prefería morir a que aquello le sucediera, y se lo dije, pero ella me interrumpió.
–Eric, si no lo consientes, morirás, lenta y dolorosamente, y como por ley soy tu esposa, ¡tendré que verlo!
Me quedé mirándola, sabía que lo que me estaba diciendo era verdad. Como la esposa de un condenado por traición estaba en la obligación de ver mi sufrimiento.
-Tendré un asiento en primera fila durante seis meses para verte morir. No puedo hacerlo. -¡Santo cielo! ¿Cómo podría someterla a aquello? No esperaba que mi muerte fuese rápida, pero tampoco esperaba que ella tuviera que estar presente.
Continuó hablando, apoyando su idea, mientras sus hermosos ojos llenos de lágrimas me miraban. Me rogó que aceptara, que me exiliara y regresara a mi tierra natal. No podía aceptarlo, dejar a mi esposa en peligro mientras yo estaba tranquilo en Suecia… ¿qué? ¿Sookie quería demostrar mi inocencia? Ese era su plan, pero no era realista. Me dejó claro que no me podría poner en contacto con ningún conocido, que de lo contrario estaríamos los dos bajo pena de muerte, y si me ponía en contacto con ella, le ocurriría lo mismo. Pero vivir sin ella no era vivir… tan solo existiría. Los dioses estaban siendo crueles. Había pasado siglos sólo en la oscuridad, al final había encontrado la felicidad, y me iba a ser arrebatada justo cuando empezaba a darme cuenta de que era real. Preferiría haberme quedado solo que haber tenido la taza en mi boca para después romperse.
Por otro lado estaba Madden. Le expliqué a Sookie mis temores acerca del vínculo de sangre, y su respuesta me causó tanto felicidad como angustia. Me dijo que si fortalecíamos nuestro vínculo, el nuevo vínculo de Victor no tendría efecto, se proponía renovar nuestra unión en aquel momento.
No había nada en el mundo que deseara más, pero no era posible. Sin mis colmillos no sería capaz de llegar a sus venas y alimentarme. Mis dientes no eran tan afilados como para romper la piel sin destrozarla y causarle dolor. Además, ella no se curaba con la misma facilidad que yo, y le podrían quedar cicatrices. Aunque ella se podía alimentar de mí, aguantaría el dolor y después disfrutaría del placer de sentir su boca caliente y dulce sobre mi cuerpo, bebiendo de mí, sabiendo que me hacía parte de ella. La intimidad de aquel acto se trataba de una de las experiencias más eróticas que yo había vivido, y deseaba experimentarla de nuevo, a pesar de mi deshonra.
Se dio cuenta de mis dudas y abrió los ojos aún más. Mi corazón se retorció de dolor al verlos y escuchar el dolor en su voz.
–¿No quieres vincularte conmigo más, Eric?
No pude soportar aquello. Prefería que supiera la verdad y me despreciara a que creyera que no quería ser parte de ella. Y confesé.
-Sookie… no puedo… mis colmillos… -no pude continuar, pero ella me entendió.
-No hay ningún problema, Eric. –Y me alzó un bisturí. Debía de haberlo cogido de la mesa antes de que mis verdugos se llevaran las herramientas de tortura. Pero ¿por qué lo había cogido? Me di cuenta de que quizás había visto sangre en mi boca y había sabido lo que significaba. Me sentí aliviado al darme cuenta de que no me miraba con desprecio, me entendía.
Me dijo que me acostara y comencé a mover mis miembros entumecidos. El dolor era insoportable, la necesitaba como punto de apoyo porque no podía con mi peso, pero finalmente conseguí apoyas la espalda. Todavía no podía estirar las piernas por completo, pero ella se puso tras de mí y apoyó mi cabeza en su regazo, a no ser que me estuviera engañando aquella postura la habíamos tenido muchas veces en su casa. Recordé que había utilizado aquella imagen para apartarme del sufrimiento, y ahora era realidad. Suspiré y cerré los ojos. Estaba tan cansado… un ligero aroma llamó mi atención. Solo había una cosa en el mundo que oliera así. Abrí los ojos para ver como mi amante se había hecho una pequeña herida en la muñeca y la sostenía sobre mi boca. Podía ver la sangre brotar, y me sonrió.
-Abre la boca.
Así lo hice y las pequeñas gotas llegaron a mi boca, mi lengua reaccionaba ante aquella especie de ambrosia. Estaba eufórico. ¡Oh dios mío! Estaba en el paraíso.
Las gotas llegaban lentamente, calientes, mientras me las tragaba con avidez y sentía como llegaba a cada parte de mi cuerpo. Cerré los ojos de nuevo, estaba en plena sensación de éxtasis. Incluso cuando no estaba muerto de hambre, la sangre de Sookie era especial, con el contenido justo de hada, pero no el suficiente para que me volviera loco de placer. Sentí como mi curación se aceleraba y volvía a recuperar la fuerza. Era consciente de aquel deseo que tenía por agarrarle del brazo y acabar con hasta la última gota de sangre. Luché y la miré para ver si quería darme más. A pesar de mis impulsos, no quería debilitarla. Ella sonrió tristemente.
- Sigue bebiendo. El vínculo tiene que durar mucho tiempo. –No le hice caso a la pequeña lágrima que salía de sus ojos y que me intentaba decir algo. Acarició mi cabeza mientras seguí bebiendo hasta que me detuvo. E intenté curarle la muñeca lo mejor que pude.
Ahora era mi turno. Me dejó la cabeza apoyada en el suelo y me rodeó hasta quedar encima de mí, se puso encima de mí mientras estiraba las piernas, que ahora podía mover sin dolor. El peso de su cuerpo en mis recién curadas costillas no fue agradable, pero podía aguantarlo, había llegado a pensar que aquello no podríamos volver a hacerlo; aquella sensación de su piel firme contra la mía, su dulce aroma y si mirada fija en mí. Mi corazón estaba pletórico. Utilizó el bisturí para hacerme una herida debajo del pezón, puso sus labios sobre ella y comenzó a tomar sangre. Casi me desmayo de placer. Gemí un poco y la rodeé con mis brazos.
Podía sentir como su boca succionaba sobre la herida, justo en ese momento ella apretó y un estremecimiento recorrió mis entrañas. Trate desesperadamente de permanecer inmóvil, sabiendo que de lo contrario avergonzaría a mi puritana amante. Siempre había sido una mezcla extraña: lujuriosa en el dormitorio y restrictiva cuando alguien podía vernos. No lo entendía, pero lo aceptaba porque era su forma de ser. Luché por controlarme pero la sensación era demasiado fuerte y me moví un poco. No dejó de beber pero pude sentir su corazón, sus latido habían aumentado y su respiración ahora era más profunda. Luché contra el impulso de ponerme encima suya y tomarla en aquella habitación, si no lo hacía era para no traicionarla. Continuó bebiendo hasta que la herida cicatrizó, aunque la obligué a volver a abrirla y seguir bebiendo. Cuanto más mezclada estuviera nuestra sangre más fuerte sería el vínculo.
Al final suspiró y dejó de beber. Apreté los brazos alrededor de ella durante un segundo. No quería dejarla ir pero sabía que si no lo hacía en aquel momento no lo haría más tarde. La solté y gentilmente me ayudó a sentarme. Todavía estaba un poco rígido, y aunque hubiera rechazado cualquier tipo de ayuda de otro, ella era mi mujer.
Volvió a intentar convencerme de que aceptara el divorcio, me rogaba que la dejara salvarme.
Me suplicó, no es que no quisiera seguir comprometida conmigo, sino que no soportaba la idea de vivir sabiendo que yo estaba muerto. Prefería que estuviera vivo, aunque no pudiera ver. En cambio, yo no podía condenarla a una vida de servidumbre bajo las órdenes de Victor y de Felipe, y se lo dije. El sacrificio era demasiado grande.
Se desesperó, y me recordó aquellas ocasiones en las que yo me había sacrificado por su seguridad, la entendía. Me di cuenta que al igual que yo había considerado que todo lo que había hecho no era un sacrificio, ella tampoco consideraba aquello un sacrificio. Sabía que no me merecía aquella mujer, pero no podía apartarme de ella. Percibió a Victor Madden, no había tiempo. Me lo rogó y no me pude negar a sus suplicas. A pesar de que se me rompía el corazón sabía que aquello era lo más razonable. Le daría lo que quería.
Suspiró con alivio y se puso de pie. Tenía que enfrentarme a mis enemigos de pie, no le dejaría ver mi debilidad, aunque poco a poco iba disminuyendo. Le pedí a Sookie que me ayudara y lo hizo a regañadientes. Me apoyé en la pared y luego me levanté mientras la agarraba de la mano. Apreté suavemente y ella me sonrió, antes de ponerse totalmente recta para enfrentar a nuestros enemigos. Me sentía orgulloso de ella.
La puerta se abrió y apareció delante. Todos los músculos de mi cuerpo me pedían que me abalanzara sobre él, aunque después de mil años de supervivencia había aprendido que debía ser cauto. Consideré mi posición con cuidado. Los vampiros que estaban con él no eran guerreros, podía acabar con ellos, pero había muchas guardias por el alrededor. Aún seguía estando débil, y no tenía colmillos por lo que no podía romperles la garganta. Además me tenía que replantear eso de matarle sin motivo aparente. Aquello no ayudaría a mi mujer. Esperé, sabiendo que conforme pasaban los segundos yo me hacía más fuerte.
Entró en la celda cautelosamente, teniendo cuidado de no quedar a mi alcance. No era tonto. Tenía que encontrar alguna manera de convencerle de que me atacara. Entonces me pondría a su alcance y cuando me acusaran de arrancarle la cabeza yo podría decir que había sido en defensa propia. Estaba hablando con Sookie y me sorprendió escuchar “Sra. Northman”. ¿Cuánto tiempo llevaba utilizando mi apellido? Siempre lo había deseado, pero siempre se había negado. Aquello era más de lo que podía haber esperado, por fin había aceptado nuestra relación, y había cogido mi nombre, aunque justo en el momento en el que íbamos a disolver el matrimonio. Traté de disimular aquel dolor, pero al parecer ella se dio cuenta.
Madden se acercó un poco más, pero no lo suficiente. Luego se volvió hacia mí. Me preguntó formalmente si estaba de acuerdo con la disolución, y aunque fue una de las cosas más difíciles, asentí. Sookie me apretó la mano en señal de agradecimiento. Comprendía mi dolor. Ella también estuvo de acuerdo, Madden hizo un gesto a sus compañeros para que le pasaran las copias de disolución. Por primera vez en mi vida no tenía ningún interés en leer a fondo el contrato. Si tenía que hacerlo prefería no mirar los detalles. Firmar era todo lo que podía soportar. Los revisé por encima y los eché encima de la mesa. Sookie, sin embargo, utilizó un poco más de sensatez y le pidió al Sr. Cataliades que revisara las copias, y lo hizo. Me alegré al saber que mi amante estaba dejando de ser ingenua. Cuando Cataliades los aprobó Sookie firmó, con un bolígrafo ridículamente ostentoso que le entregó Madden.
Luego me tocó a mí. Cada esperanza que tenía de estar con Sookie fue desapareciendo con cada gota de tinta, y una idea se me ocurrió. Miré la pluma más detenidamente. Estaba seguro de que la había visto antes en un catálogo de Mont-Blanc , parecida, pero decorada con zafiros en vez de con rubíes. No me había atraído comprarla, era vulgar, pero artesana y costosa. Madden siempre había presumido de elegancia, y era conocido por gastar cantidades astronómicas en juguetitos caros que para él eran necesarios. Tal vez, podría utilizar aquello en su contra.
Me obligué a poner un tono de voz neutral y a preguntarle sobre ella. El muy estúpido se creía que le tenía envidia, y casi se hincha de orgullo mientras me decía cada una de las virtudes de aquella pequeña monstruosidad. Como había sospechado, la valoraba mucho, aquello era perfecto para mis propósitos. Hice el amago de acercársela a la mano pero la dejé caer al suelo. Antes de que pudiera recogerla coloqué mi pide derecho sobre ella, poco a poco fui aplastándola y fragmentándola. Sentía pequeñas punzadas en la planta del pie mientras se iba desintegrando bajo mi peso. Le sostuve la mirada a Madden mientras se escuchaba el crujido. ¿Maduro? No ¿Mezquino? Posiblemente ¿Satisfactorio? Por supuesto.
Le provoqué aún más cuando retrocedí un paso dejando ver los fragmentos.
-¡Oops!
Pensé que se iba a poner a arder en cualquier momento cuando se hincó de rodillas, prácticamente sollozando por los restos. Entonces me miró, sacó los colmillos, y me dijo que aquello era vandalismo.
Aquello fue perfecto. Y añadí un poco más de gasolina para que ardiera mejor, le informe que era un vikingo y no un vándalo. Intenté que mi voz estuviera cargada de desprecio, como si le estuviera insultando, estaba preparado para su ataque. Estaba seguro de que en aquellos momentos era lo suficientemente fuerte como para poder con él, pero aún quedaban hilos sueltos. No sabía lo rápido que podía ser, lo único que me quedaba por pensar era que yo lo era más.
Finalmente resultó que lo era. Gritó que le había costado tres cuartos de millón, y se abalanzó para atacarme. En el momento en el que se puso a mi alcance le agarré con la mano izquierda la garganta y lo levanté. Mi espíritu guerrero estaba feliz de sentir su piel bajo mis dedos, y empecé a apretar. Mi rabia aumentaba y el bombeo de mi sangre retumbaba en mis oídos. Cuando mi voz regresó les espeté a sus subordinados que eran patéticos por haber mantenido distancia, estaban intimidados. Luego volví a mirar a Madden, que luchaba por soltarse, mis antepasados vikingos me pedían que me vengara de aquella serpiente venenosa. Pensé en lo que me había pasado aquella noche, me había separado del amor de mi vida para seguir su estúpida carrera, sabía lo que tenía que hacerle, y lo iba a disfrutar cada segundo. Lo haría lo más lento posible, me deleitaría con su agonía y respiraría sus gritos como si fueran incienso.
Estaba a punto de hacerlo cuando sentí que algo tocaba mi brazo, y una voz fresca y tranquila me habló.
-Será mejor que le bajes, cariño. Todavía le necesitamos.
Sookie. Apenas podía verla a través de la rabia, pero reconocí su voz al instante. Aquella voz que había entrado en la habitación del huracán y me había ayudado a regresar al mundo. Su voz, aquella voz humana, que tantas veces me había hecho ser peligroso y destructivo, aunque aquello ella no lo sabía. No podía negarme. Tragué saliva y cerré los ojos, en pocas palabras, estaba luchando contra mis demonios internos que me estaban gritando “matar, matar, matar…”.
La razón me lo confirmó, ella decía lo correcto. Lo necesitábamos para que intercediera en mi sentencia y me desterraran. Él era el único que estaba lo suficientemente cerca de Felipe para hacerlo. De mala gana, y poco a poco, mis dedos se fueron soltando y dejé que cayera al suelo. Sookie me sonrió y mi corazón me dio una sacudida. Joder ¿cómo me hacía aquello? Yo caminaría por el fuego para conseguir una sonrisa suya. Las voces se desvanecían, la rabia desaparecía, volvía a ser un ser racional.
Madden se puso en pie, me maldijo, y para mi deleite perdió el control, comenzó a hablar mal del rey tendidamente. Aquello mi amor le llamaba “la guinda del pastel”. Había demasiados testigos para que después lo negara, y sabía que Sookie sería capaz de coger ventaja con esto.
La adrenalina empezaba a desaparecer, y la reacción había comenzado. A pesar de que estaba recuperado, el enorme esfuerzo que había hecho al aprovecharme de Madden me había agotado más de lo que me gustaría admitir. Un sentimiento de resignación me invadió. Había perdido a Sookie. Todo mi trabajo durante este último siglo sería para el rey: Fangtasia, mis inversiones, mi casa, incluso mi Corvette, y Felipe probablemente se lo daría todo a Madden. Odiaba la idea de imaginarme al sapito con todas mis posesiones, pero aquello carecía de importancia si me ponía a pensar que había perdido a la mujer que amaba y que me había hecho llegar al borde de la locura.
Si no supiera que aquello le dolería, había preferido ver el sol en aquel momento.
Salí de mi ensimismamiento cuando escuché como Sookie le insistía a Madden que la llamara Sra. Northman, y Cataliades la había apoyado legalmente para utilizar aquel apellido. Un pequeño gesto que había resultado ser un golpe. Le sonreí sabiendo que me estaba intentando consolar. Nunca había conocido a ninguna mujer tan generosa, incluso cuando ella estaba inundada de dolor intentaba consolarme.
Pero ya era demasiado tarde. El momento de la despedida ya había llegado. Puso sus manos sobre mis hombros y yo la cogí en mi brazo. Puse mi boca sobre la suya y nos perdimos el uno con el otro. Demasiado breve. Traté de guardar aquel momento en mi memoria, no lo quería olvidar, sentir su peso en mi brazo, su calidez y vitalidad, el olor de su pelo se mezclaba con el perfume que le había regalado, y tras su olor único aquella esencia de hada. Una lágrima brilló en sus pestañas y me la llevé a la boca para saborearla. Entonces la odiosa voz de Madden rompió el momento, tenía que dejarla marchar. Se aferró a mí, pero yo había dicho adiós tantas veces en mi larga vida que sabía por experiencia que lo mejor era ser rápido. Prolongar el adiós prolongaba el dolor. Me armé de valor, la solté y la dejé en el suelo. Di un paso hacia atrás, sabiendo que si me quedaba demasiado cerca de ella podría llegar a desafiar a todos para no separarme.
Entonces ella sacó de nuevo su pequeño botecito de perfume y lo vació en mis manos, y me las besó. No se podía hacer una idea de lo que escocía el alcohol del perfume en mis heridas, simplemente quería que la recordara. Me llevé las manos a la cara y aspiré el olor. Luego se acercó, me acarició la cara y me dijo algo sorprendente.
-Tills vi möts igen, min make. –Me había llamado esposo en la lengua que yo mejor conocía. Mi corazón se hinchó de tal manera que pensé que iba a estallar. Solo podía sonreír y repetir sus palabras. Mi voz se debilitó cuando lo dije.
-Tills vi möts igen, min lilla fru. –Solía ponerse furiosa cuando la llamaba pequeña esposa, pero pensé que en aquella ocasión no le importaría. Nunca volvería a oír aquellas palabras de nuevo.
Luego se giró y se dirigió hacia la puerta, sin mirar atrás. Cuando salió, nuestro recién reforzado vínculo se fortaleció, pude ver como se tambaleaba ante la intensidad de emociones que la dominó en unos segundos. Se volvió y pude sentir su amor, su coraje y su determinación a través del vínculo. ¡Qué había hecho con mis defensas vikingas! Mis defensas habían desaparecido, no le podía ocultar lo que sentía, incluso si lo intentaba, supe que mi amor hacia ella fue lo último que pudo ver en mi cara antes de la que puerta se cerrara y el vínculo desapareciese. Mi autocontrol desapareció y lancé contra la puerta, golpeándola con todas mis fuerzas. Apoyé la frente contra ella unos segundos, consiguiendo así controlar mis emociones y luego me enderecé, llevé mis manos a la cara para volver a oler aquel aroma. Duraría muchos días.
Cuando me detuve para aspirar el olor escuché un pequeño golpe en el espejo del techo, y me volví hacia él. Sabía dónde se encontraba la pasarela por encima de mí, y también sabía sin ninguna duda que mi amor se encontraba allí, había logrado de alguna manera decirme que estaba en aquel lugar y que me miraba. Sonreí y me besé los dedos.
-Min lilla fru. –Sabía que reconocería mis palabras.
Estuve parado durante unos minutos, no sabía cuánto tiempo ella se quedaría en la pasarela, aunque sabía que Madden no se lo permitiría. Dejé de mirar hacia arriba y me giré hacia el ataúd. Me sentía abrumado y fatigado. La adrenalina había sido lo que me había mantenido en funcionamiento la última hora, finalmente desapareció y el cansancio llegó. A pesar de que sabía que fuera era de noche el ataúd me llamaba. Retiré el retrato de Sookie de la pared y y lo miré. Me metí en el ataúd y traté de ponerme cómodo. Era un poco pequeño, pero francamente en aquel momento podía haberme dormido en una cuchilla. Mi reloj corporal me informaba que aún quedaban unas cuatro horas de oscuridad, y luego diez horas de luz. En catorce horas podría recuperar todo el sueño perdido. Cerré los ojos y puse el relicario cerca de mí. Susurré su nombre y dejé que la oscuridad me inundara.
Wynne- Traficante de V
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Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Muchas gracias, esperó el próximo capitulo.
MCarmen- Forastero
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Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Capítulo 6
SPOV
Ahora tenía que dejar de pensar en la última hora y ponerme a pensar en la próxima. Estas negociaciones era la base de mi futuro y del de Eric, estaba muy contenta del trato que había tenido el Sr. Cataliades conmigo. Él sabía lo que quería, y era un gran negociador. La única persona mejor que él, afortunadamente, ahora dormía en una celda de cromo, no muy lejos de aquí. Mi posición se había reforzado con lo que había hecho, solo había tenido un punto a mi favor, la telepatía, pero gracias a Eric ahora tenía dos.
Victor había aceptado mi último acuerdo, pero después de haber conocido su arrebato se había mostrado mucho más cauteloso. Estuvimos hablando en el regreso, le di la razón en unos cuantos puntos sin importancia y no protesté, él pensaba que había ganado algunos privilegios conmigo, aunque me había mantenido firme en todo lo que importaba.
Antes había hablado con mi abogado, y al final decidimos que el punto más importante, el cual me recordó el Sr. Cataliades porque a mí se me había olvidado, era tener la garantía de que nadie podría tomar mi sangre ni hacer un vínculo, de lo contrario tendría pena de muerte. Había que ser específico en aquel punto, porque había rescatado al rey de uno de los guardaespaldas de Sophie-Ann (¡un gran error, sin duda, podría haberlo dejado morir!) y me había concedido su protección. Esto, en teoría, me aseguraba que no me podrían dañar, pero un vínculo no se consideraba “dañar”. Los vampiros no veían las cosas igual que los humanos.
Seguidamente, insistí en que me dieran un tiempo para ir a Louisiana y arreglar mi traslado. Tenía muchas cosas que arreglar, y no estaba dispuesta a dejar mi antigua vida y mis antiguos amigos de aquella manera. Para mí, estas eran las cláusulas más importantes, pero el Sr. Cataliades también negoció la libertad de movimiento en cualquier momento, y otros beneficios menores, incluyendo una gran cantidad de ropa. Me conformé con un sueldo modesto (tenía un buen motivo para aceptar aquella condición del Sr. Asquerosamente-Muerto). A cambio yo tenía que leer las mentes de todos los humanos que trabajaban para el rey en caso de ser necesario, siempre y cuando ellos no alteraran en ningún momento los resultados de mis lecturas. Y había quedado muy claro que yo solo recibiría órdenes del rey. Nadie más tendría autoridad sobre mí.
Victor cogió el borrador, para que el rey lo aprobara, y yo le di las buenas noches y las gracias al Sr. Cataliades, antes de arrastrarme a mi habitación, Ramon siempre detrás. Apenas tenía fuerzas para correr las cortinas antes de quitarme la ropa, también me desmaquillé y caí rendida en la cama. Eran las cuatros de la mañana, y aunque sabía que debía de llamar a Pam al Fangtasia, tenía la sensación de que aquella conversación se podría alargar hasta el amanecer, y no podía hacerle frente a nada más aquella noche. Estaba completamente agotada (humanamente hablando). Había hecho todo lo que me había propuesto, y ya está.
Mi abuela solía decir: “basta a cada día su propio mal…”. Bueno, yo ya había visto en aquellas últimas doce horas bastante mal, y esperaba que fuera el suficiente para la siguiente década, no solo por un día. Sin embargo, ahora tenía que abandonar los problemas de hoy, y pensar en los de mañana. Exactamente lo que iba a hacer. Susurré una breve oración de gracias y vi la luz.
No me desperté hasta casi las una y media de la tarde siguiente, cuando mis “necesidades humanas” hicieron acto de presencia. Debido al café de la noche anterior, imaginé. Después de hacer todo lo necesario, me vestí y abrí la puerta para marcharme a la recepción. Ramon no estaba, pero había uno nuevo de relevo, mucho más grande y viejo. Si iba a estar allí por una temporada tenía que hacer amigos tan rápido que como me fuera posible, por lo que le sonreí amablemente y le tendí la mano en forma de saludo. Ni me devolvió la sonrisa ni me saludó. Cuando le pregunté su nombre, de mala gana me dijo que era Matt, con un rápido vistazo a su cabeza pude ver mucho resentimiento y desconfianza. Tenía la impresión que odiaba tener que hacer de niñera a una rubia tonta. Mientras caminábamos por el pasillo pensaba en qué podría hacer con aquel problemilla. Horrible o dulce. Dulce o horrible. Mmm. Sospechaba que no se trataría de algo fácil, ¿entonces por qué me molestaba? Mejor, dejaría aquello para más tarde. Tenía cosas más importantes en las que pensar.
Busqué a Paul, pero no estaba en el mostrador (probablemente estaría estudiando), por lo que Matt me mostró el comedor, el cual se encontraba en un largo pasillo, era como una pequeña zona comercial, tiendas que servían a los vampiros, hombres lobos y humanos pululaban por aquel lugar como pequeñas hormigas. Las tiendas captaban distintos tipos de clientela, supongo, que después de un largo camino por el desierto, nadie querría regresar para comprar un simple cartón de leche, podían comprarlo allí. Tenía sentido, y apuesto a que Felipe le sacaba bastante beneficio. Pedí un gran desayuno. Porque había veintisiete edificios gubernamentales como aquel, que funcionaban día y noche, con cualquier tipo de comida, no resultaba raro pedir: huevos revueltos, tostadas, gachas, salchichas, bacon y café. Le pregunté a Matt si él quería algo, al principio vaciló, pero después aceptó. Quizá la comida era su punto débil. Me la apuntaría para la próxima. Eric me había enseñado que había que conocer los puntos débiles a las personas, amigos o enemigos. Casi podía oír su voz: “conoce siempre el punto fuerte y el débil de las personas que te rodean. Si son enemigos, utilízalas a tu favor, y son amigos, recuérdales, algún día podrían llegar a ser enemigos”. Eric tenía graves problemas con la confianza.
El comedor era agradable. Daba al sur, había sol, enormes puerta de cristal que daban al jardín, aunque en el techo había persianas, pero no llamaban la atención. Estaba repleto de pequeñas mesas de madera, prácticamente la mitad ocupadas, realmente era enorme por lo que todavía quedaban muchas vacías. Las paredes estaban decoradas con motivos acuáticos: peces, conchas, algas, etc. En colores azules y verdes, los cuales daban tranquilidad. Llevé mi bandeja a una de las mesas vacías cercanas a la puerta, y Matt se sentó en la siguiente. Entonces me lancé a mi comida. El día anterior no había comido demasiado, y estaba hambrienta. Mientras comía intentaba programar mi día hasta el anochecer, aunque sabía que solo había un lugar en el que yo quería estar. Por lo tanto, cuando terminé me dirigí a los ascensores.
Bajé una planta, e ignorando un estremecimiento me acerqué a la puerta metálica, que conducía a la parte custodiada. El guardia de turno me detuvo y le mostré mi tarjeta AAA. Abrió la puerta y me giré hacia Matt.
-¿Quieres entrar o quedarte aquí? Estaré bastante tiempo.
-Tengo que acompañarla, lo siento. –Al menos aquella vez se disculpo.
-Vale. Vamos, entonces. –No tenía sentido discutirle si él pretendía ser mi sombra, no quería discutirle en aquel momento. Más tarde, quizás. Atravesé la puerta y regresé de nuevo a la pasarela, donde esa pequeña serpiente rastreara de Victor Madden me había conducido limpiamente para cambiar mi futuro hacía ya diecisiete horas. ¿Tan poco tiempo? Me resultaba poco creíble. Curiosamente, en aquel lugar ponían música zydeco. Aquello era muy surrealista. ¿Por qué demonios pondrían a Clifton Chenier aquí? Había eco conforme me iba adentrando por aquel paseo, con cuidado de no mirar hacia abajo. Eric podía estar fuera de peligro, pero el resto de los pobres presos no, y no quería recordar lo de la noche pasada. Bajé las escaleras y me acerqué a la mesa, y me dirigí a un licántropo rubio que había ocupado el lugar de Jerry por el día. Estaba escuchando la radio, pero la apagó cuando nos vio bajar por las escaleras, le asintió con la cabeza a Matt. Suponía que la mayoría de hombres lobo se conocían en aquel lugar. Quizá ¿habían pillado una oferta de lobos?
-Hola, soy Sookie Northam, quería avisarle que estaré arriba en la pasarela durante un rato.
Me miró perplejo. -¿Arriba? ¿En la pasarela? ¿Por qué?
-Mi marido está en la celda 18. Está durmiendo ahora mismo, le haré compañía durante un rato. Eso se puede hacer ¿no? –Le sonreí.
No estaba seguro, nos recorrió con la mirada a Matt y a mí. –Supongo que sí, pero… ¿no vas a pasar frío? No hace demasiado calor aquí. –Tenía razón, los vampiros, obviamente, no necesitaban calefacción.
-Estaré bien, gracias. –Miré a Matt, leí en su mente que él prefería quedarse hablando con su amigo que quedarse mirándome. –Matt, ¿por qué no te quedas aquí, a charlar con… -Miré al rubio inquisitivamente.
-Stefan.
-Hola, Stefan, me alegro de conocerte. Matt, realmente no hace falta estar al lado mía todo el rato ¿no? Quiero decir, la puerta está cerrada con llave, no iré a ningún lado. Quédate aquí si lo prefieres.
-Vale. –Accedió a regañadientes, lo dejé allí y corrí escaleras arriba, mientras que el se sentaba en el escalón inferior.
Llegué a la pasarela y me incliné sobre la barandilla que estaba encima de la celda de Eric. Me serené y miré hacia abajo. Mi corazón se sacudió cuando mis ojos miraron. Mi amante estaba en reposo. El ataúd, sin tapa, era demasiado pequeño y no le permitía estirarse cuan largo era, estaba de lado, con las rodillas ligeramente flexionadas, la cabeza apoyada en su mano y un puño descansando sobre su pecho. Me di cuenta de que ocultaba algo. Estaba tan tranquilo, ocupé mi mente con miles de imágenes suyas, para poder recordarlo en los próximos días. Nunca sabría que yo había que estado aquí, estuve más de una hora, lo miraba como dormía y como sus marcas de dolor iban desapareciendo.
Me pregunté a qué hora sería su comparecencia con el tribunal, y aquello me hizo recordar otras cosas. No habían sido capaces de encontrar ropa para él la noche anterior, pero no iría ante el tribunal desnudo ¿no? En el caso que yo había visto con Victor ayer no había ningún desnudo, estaba segura. Lo habría recordado de haber sido así.
Pensé durante un minuto, luego volví a bajar las escaleras, donde estaban Matt y Stefan. Ellos cortaron la conversación cuando llegué y Stefan estaba sonriendo. Matt lo había estado, pero su sonrisa desapareció al verme. Sin duda tendría que hacer algo al respecto, no podía tener a un hombre así detrás de mí todo el tiempo.
Le sonreí a los dos y luego le hablé a Stefan.
-Stefan, ¿me puedes decir que pasó con la ropa del Sr. Northman cuando llegó aquí?
-Dejarían todo en la taquilla de custodia, allí. –Señaló con el dedo una puerta cercana a su escritorio.
-¿Puedo ver sus cosas, por favor?
-Bueno, realmente no lo sé… quiero decir, está en la celda 18… eso es régimen 8. No sé quién eres, ni nada… -Miró a Matt para que le ayudase.
-¿Tienes un registro de anoche? –Sabía que no podían no tener un control sobre las idas y las venidas.
-Sí, aquí. –Cogió un portapapeles.
-Bueno, mira las entradas que tengan que ver con el Sr. Northman. Máxima seguridad ¿no? ¿Ningún visitante? –Recordé lo que había dicho Jerry.
Pasó las páginas hasta que encontró la que estaba buscando.
-Umm… aquí dice… bien, estará… -Su desconcierto resultó cómico.
-Muchos visitantes ¿verdad?
-Sí. –Aún no estaba seguro, por lo que lo dije por él.
-Tenía muchos visitantes porque ya no está en régimen ocho. Puedes verlo, ahí, el propio Victor Madden lo vio. ¿Lo conoces? ¿El lugarteniente del rey? Mira, ahí está su nombre, debajo del mío. –Tuve que señalar el nombre de Victor en la lista, a pesar de que estaba escrito con grandes letras en negrita. ¡Caray! Este chico no era, lo que se suele decir, brillante.
Y la bombillita se le encendió.
-¡Oh, está bien! –Dejó el portapapeles y sonrió, claramente satisfecho de haber llegado a alguna parte. No me lo podía creer. ¡Se había olvidado de el por qué estábamos buscando en la lista! Apreté los dientes y conté hasta diez antes de volver a repetirle mi petición.
-Es decir, ¿puedo ver las cosas del Sr. Northman, por favor?
-¿Qué? ¡Ah, sí, claro!
Pulsó un botón del intercomunicador y hablo.
-Ey, Jude. -¿Ey, Jude? –Me puedes traer la bolsa del armario dieciséis. No, perdón, del dieciocho. –Se apresuró a auto corregirse cuando vio la expresión de mi cara. –Perfecto, gracias. –Cortó la conexión. –Ahora mismo va.
-Muchas gracias. –Lo dije con un tono de “no me lo estoy pasando bien” que no sé si lo pudo notar con el agradecimiento. Me sentí como si le hubiera dado un martillazo en la cabeza a aquel chico.
Dos minutos más tarde otro guardia apareció por la puerta cercana al escritorio de Stefan, y arrojó una bolsa de plástico negro al suelo. Eché un vistazo rápido y cogí la ropa. Daba la sensación que alguien había estado durmiendo en ella. O posiblemente con ella. Miré a Stefan.
-Cogeré esto ¿tengo que firmar algo?
-No se puede coger nada. –Por lo menos de aquello estaba seguro.
-Mira, es solo su ropa. Solo la quiero limpiar y adecentar, luego la traigo de vuelta ¿vale? No voy a tocar su dinero, sus tarjetas de crédito, ni nada. No le estoy haciendo daño a nadie por adecentar un traje. Tiene que acudir al tribunal esta noche, necesitará estar decente.
Finalmente aceptó, yo no planeaba salir corriendo con el Rolex de Eric, y estuvo de acuerdo en que cogiera el traje.
-¿Hay tintorería aquí?
Sorprendentemente Matt contestó.
-Hay una cerca del comedor. Te la enseñaré. –Me sorprendió su colaboración, pero sonreí y le di las gracias. Me puse el traje y la camisa arrugada en el brazo, y metí la corbata, un pañuelo, los bóxers y los calcetines en un bolsillo. Luego me despedí de Stefan y corrí escaleras arriba seguida de Matt.
Dejé las cosas de Eric en la tintorería, pagué por dos horas del mejor servicio, y luego hice un par de compras en las tiendas que había en el pequeño centro comercial, antes de darme un paseo por los jardines. Gracias a la forma que tenía el edificio, y los patios cerrados, casi todas las habitaciones tenían vistas al jardín. Ahora veía que el edificio principal no cubría la pared de seguridad, había muchos edificios pequeños en la periferia, todos de una planta, con paredes blancas y tejados rojos. El paisaje era precioso, sino no hubiera sabido lo que ocurría allí. Una vieja poesía vino a mi mente: "Where every prospect pleases and only man is vile”. Solo que los hombres no eran viles…
Había mucha gente por los alrededores. Sin duda aquel era su lugar de trabajo, había constantes idas y venidas por los principales caminos de grava. Nadie comentó mi presencia, supongo que el hecho de que Matt estuviera allí les hacía pensar que yo era de fiar.
De los caminos principales salían algunos pequeños, con zonas de mucho césped y árboles que daban sombra, y mucha vegetación tropical. Era muy bonito, pero no se escuchaban los aspersores, y no podía dejar de pensar que todo aquello era artificial. Al otro lado de la gran pared de seguridad el desierto comenzaba, y se extendía kilómetros en cualquier dirección.
Vagué por uno de los caminos y encontré una pequeña piscina, con un par de bancos en el césped cerca del agua. Estaba rodeada de cañas de bambú, o algo parecido, y había un gran pez de color naranja en el agua. El ambiente era tranquilo, me senté y dejé que cada rayo de sol me cubriera. Entonces me di cuenta de que Matt estaba realmente incómodo. Había unas grandes manchas de sudor en su camisa. La temperatura de los hombres lobo era más alta, por lo que tenía mucho calor. Me sentí culpable. El no tenía la culpa, estaba haciendo su trabajo, y aunque me hubiera gustado tomar mucho el sol, él estaba sufriendo.
-Matt, ¿estás bien?
-Sí, señora, estoy bien. –No lo pensaba admitir. No con una humana. Hombre idiota.
Me levanté.
-Creo que ambos podríamos ir por un refresco ¿no?
No dijo nada, pero pude leer es su mente alivio. Aquel no era un día para salir con corbata.
Nos dirigimos de nuevo al comedor y pedí un té helado. Matt pidió una Coca-Cola light y salimos a la terraza. Me sorprendí al ver que tenían aire acondicionado fuera. Ni siquiera sabía que eso existía, había una especie de niebla que caía sobre la terraza y hacía que la temperatura bajara a pesar de estar a pleno sol.
Nos sentamos en una bonita mesa de hierro blanco y bebimos nuestros refrescos. Matt parecía tener mejor temperatura, y estaba más relajado. Todavía no era, precisamente, mister simpatía, pero al menos algunas de las dudas habían desaparecido de su cabeza. Intenté mantener una conversación amistosa. ¡Aunque no era tarea fácil! He intenté hablar sobre todos los temas que le podrían resultar interesante, y finalmente, una referencia al pasado de Alcide Hervaux le hizo estar atento. Conocía a Alcide, líder de la manda de Shreveport, desde hacía mucho. Había sido seguridad en uno de los grandes proyectos de Hervaux & Son’s , hacía algunos años. Las imágenes que recogí de su mente me hicieron saber que lo respetaba enormemente.
Casualmente, mencioné que era amiga de la manada de Shreveport (para captar definitivamente su atención) y luego cambié de tema. Discretamente.
Cuando dieron las cinco recogí las cosas de Eric y las llevé a mi habitación. Aprovechando la altura de Matt, colgó el traje en la puerta, aún en su envoltura de plástico. Después, saqué lo que había comprado en la farmacia. Había tenido suerte, tenían Obesession, y compré un frasco. Rocié el pañuelo limpio de Eric con aquel aroma, lo doblé y lo metí en el bolsillo interior.
Había decidió que el tendría un recuerdo mío. Había comprado un pequeño paquete de tarjetas de felicitación, aunque desgraciadamente no había podido hacer mucha elección. Tenía que elegir entre golf, gatitos o mariposas. Nada de eso iba con Eric. En la tienda no tenían nada con murciélagos y licántropos muertos, desde luego hubiera sido su opción preferida. Opté por las mariposas. Saqué mis tijeras y fui al baño, donde me corté un mechón de pelo. Le hice la forma de bucle y con cinta adhesiva lo coloqué en el interior de la tarjeta. Sobre el otro lateral escribiría un mensaje, y ese era el problema.
¿Cómo podía escribirle todo lo que le tenía que decir en una tarjeta de tres por cuatro? No había suficiente papel en el mundo para decirle todo lo que sentía por él. ¿Cómo podría decirle todo lo que significaba para mí? Finalmente, decidí decirle las cosas tal y como eran. Eric es un hombre complicado, pero que aprecia la sencillez. Estricto para sí mismo, le gustaba la franqueza en los demás, al final escribí solo cuatro palabras.
Después cerré la tarjeta y la puse en el bolsillo del pecho. No sabía cuándo la encontraría, pero esperaba que se acordara de mí cuando lo hiciera.
Me eché para atrás y miré el reloj. Abrí la puerta y busqué a Matt para ir al comedor. En aquella ocasión elegí una enorme porción de steak tartare, sabiendo que era el plato preferido de muchos hombres lobo. Invité a Matt a mi mesa y se comió una cuarta parte de la comida, antes de que yo dijera que estaba llena y echara el plato hacia atrás. Lo estaba mirando. Y yo sabía que no había comido nada desde que se había despertado, y los hombres lobo necesitaban una gran cantidad de proteínas y vitaminas. Metabolismo rápido, supongo.
-Matt, ¿puedes hacerme un favor me ayudas con la comida? He pedido demasiado. ¿Por favor? Me sentiré mal si la devuelvo. Me llené antes por los ojos, supongo ¿no?
Vaciló un segundo, pero finalmente se acercó el plato y se lo terminó. ¡Bingo! Aquel hombre amaba la comida. Su mente irradiaba satisfacción, a penas tardó veinte segundos en acabarse el plato, mientras tanto yo le daba las gracias divertida. Vale. Aquello me había dado un pequeño empujoncito. Y me acordé de otro dicho de mi abuela: “A un hombre se le conquista por el estómago”. Ahora sabía lo que significaba, pero de pequeña había llegado a dudar de la forma de la anatomía masculina. Sonreí débilmente, aquello me había hecho pensar. Los alimentos me habían resultado útiles en alguien tan simple como Matt, pero con Victor necesitaría algo más. Su corazón era duro, y estaba tras una caja torácica de sesenta centímetros de madera de roble. Algún día…
Devolví la ropa de Eric a la taquilla de custodia. En aquel momento, Jerry había vuelto a retomar su puesto, y se enfadó al enterarse de que Stefan me había dejado sacar el traje de la taquilla. Me pregunto por qué habrían contratado a alguien tan tonto como Stefan, Jerry mencionó que era un aprendiz, y que después el regañaría. Me imaginaba que lo ponían a trabajar durante el día porque no había mucho movimiento, y no tendría mucha ocasión de meter la pata. Durante el rato que estuve observando a Eric desde la pasarela no me había cruzado con nadie. Todo lo que ocurría allí, era por la noche, cuando ponían a los hombres más experimentados al servicio.
Jerry miró el portapapeles, y me dijo que la audiencia para la sentencia de Eric estaba programada a las 20:30 en la Sala 4. Le pregunté si se podría asegurar de que Eric llevara la ropa limpia y me prometió que lo haría. No supuse que mi credibilidad se hizo más fuerte después de haberme visto con Victor Madden, el lugar teniente del rey, y el Sr. Cataliades, el demonio más conocido en todo el estado.
Luego fui a asegurarme mi asiento en la Sala 4. Cogí la novela de misterio que había comprado en la farmacia, y traté de concentrarme en las aventuras de la detective y aristócrata, aunque iba a ser difícil. Parecía tan irreal, pero de nuevo, si miraba mi propia vida, las cosas irreales habían entrado a formar parte de ella en los últimos años.
El juicio comenzó a las ocho, y estaba presidido por el propio rey. Todos los vampiros se arrodillaron cuando entró, junto a sus dos lugartenientes. Victor y Sandy, se sentaron justo detrás de él. No había visto a Felipe desde que lo había salvado de Sigebert. Era un guapísimo hombre latino, el cual me había parecido alto en algún momento, pero en estos días mi mente pensaba en un hombre rubio, de ojos azules y un cuerpo del que cualquier Adonis estaría celoso. Me senté bien para poder vislumbrar todo, desde aquel ángulo veía perfectamente el sitio en el que Eric estaría sentado, bostecé mientras explicaban lo ocurrido. El rey trataba de parecer interesado, pero tenía la sensación de que también se encontraba aburrido.
Finalmente, el tribunal pronunció el nombre de Eric, y sentí su proximidad gracias al vínculo. Estaba acompañado de dos hombres enormes. Dios, estaba guapísimo. Aunque normalmente iba en camiseta y vaqueros, también sabía llevar traje. Sus manos estaban esposadas delante de él, se había dado una ducha, parecía saludable y alerta cuando tomó asiento. Le miraba fijamente, aún llevaba la cabeza rapada, un foco le daba en el rostro. Los moretones y las quemaduras habían desaparecido y los cortes se habían ido casi completamente. Su color de piel comenzaba a semejarse al de antes. Era increíble lo que le había hecho una alimentación adecuada y el descanso de un día. No me miraba, pero sabía que me estaba sintiendo; el vínculo tomó vida durante unos segundos antes de que él lo cerrara, después pude sentir su resignación. No estaba herido, pero no podía tener ningún tipo de distracción en aquel momento. Realmente necesitaba meterse en el papel.
Leyeron el veredicto y los cargos, entonces el rey se dirigió a Eric. Inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza. Le intenté transmitir cada ápice de amor que tenía mientras el rey leía el veredicto. Fue como lo habíamos esperado: exilio y confiscación de sus activos. No me di cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta ese momento, en un minuto todo podría haberse arruinado, pero Victor sabía lo que le interesaba. Por supuesto, él se encontraba allí, de nuevo recuperado y sonriendo con satisfacción la caída de su enemigo, a espaldas del rey, aunque después recibió un golpe desagradable.
El rey le pidió al Sr. Cataliades una lista con todos los bienes de Eric, éste se quedó perplejo cuando recibió el documento del demonio.
-¿Qué significa esto? –preguntó. –El tribunal ha pedido un inventario de todos los bienes del condenado.
El Sr. Cataliades hizo una reverencia.
-Su majestad, en el papel se encuentran todas las posesiones del Sr. Northman a día de hoy. Mire. –Sacó otro documento. –Una donación, por parte del Sr. Northman, en el cual yo soy testigo, de todo –hizo hincapié en la palabra –lo que posee a su esposa, la Sra. Sookie Northman.
Hubo un breve silencio, todos estaban sorprendidos ante lo que había pasado, y luego una carcajada del prisionero que estaba aún de rodillas. Tan rápido como aparece la vida y el dinero, desaparece la gloria. Eric sabía perfectamente lo que había firmado. El documento que yo le había convencido para que firmara el día anterior era el de la transferencia de sus propiedades, hasta de sus calcetines. Yo era la dueña de todo. Esto significaba, obviamente, que no había nada para confiscarle.
Eric continuaba riéndose, miré a Victor. Había una maravillosa mezcla de conmoción y rabia. Él había tenido la esperanza de que todo lo que había sido de Eric pasaría a sus manos, y ahora veía sus sueños rotos.
-Dame el papel. –gruñó y se lo arrebató tembloroso al ujier que se lo acercó. Lo examinó de cerca, pero el Sr. Cataliades sabía muy bien lo que había hecho. Por eso había sido tan cuidadoso con el testigo, el lugar y la fecha. Estaba claro que había sido antes de nuestro divorcio, que por lo tanto todo era legal tanto en un tribunal humano como en uno vampírico. Cogió el papel como si quisiera romperlo en pedazos, pero todos los ojos de la sala estaban puestos en él, finalmente tuvo que soltarlo y sentarse, con el ceño fruncido.
Incluso los labios del rey se tensaron ligeramente cuando se giró hacia Eric, que había parado de reír, pero seguía con una amplia sonrisa. Los vampiros apreciaban la astucia en todas sus formas. Sospechaba que el rey pensaría que al abogado se le habría ocurrido aquello, aunque todo había sido idea mía.
El rey le preguntó que dónde tenía la intención de ir.
-Suecia, señor.
Cuando el rey le preguntó por qué, él contestó que porque los suecos tenían una gran simpatía por los vampiros y la legislación de protección de los vampiros era parecida a la de EE.UU. El rey asintió con la cabeza y le ordenó al secretario del tribunal que comprara un billete de avión para el siguiente avión que saliera de Anubis hacia Estocolmo. Luego cogieron a Eric y se lo llevaron. No miró en mi dirección en ningún momento, pero al salir del tribunal se llevó las manos a la cara e inhaló. Entendí el mensaje. Se había acordado de mí.
SPOV
Ahora tenía que dejar de pensar en la última hora y ponerme a pensar en la próxima. Estas negociaciones era la base de mi futuro y del de Eric, estaba muy contenta del trato que había tenido el Sr. Cataliades conmigo. Él sabía lo que quería, y era un gran negociador. La única persona mejor que él, afortunadamente, ahora dormía en una celda de cromo, no muy lejos de aquí. Mi posición se había reforzado con lo que había hecho, solo había tenido un punto a mi favor, la telepatía, pero gracias a Eric ahora tenía dos.
Victor había aceptado mi último acuerdo, pero después de haber conocido su arrebato se había mostrado mucho más cauteloso. Estuvimos hablando en el regreso, le di la razón en unos cuantos puntos sin importancia y no protesté, él pensaba que había ganado algunos privilegios conmigo, aunque me había mantenido firme en todo lo que importaba.
Antes había hablado con mi abogado, y al final decidimos que el punto más importante, el cual me recordó el Sr. Cataliades porque a mí se me había olvidado, era tener la garantía de que nadie podría tomar mi sangre ni hacer un vínculo, de lo contrario tendría pena de muerte. Había que ser específico en aquel punto, porque había rescatado al rey de uno de los guardaespaldas de Sophie-Ann (¡un gran error, sin duda, podría haberlo dejado morir!) y me había concedido su protección. Esto, en teoría, me aseguraba que no me podrían dañar, pero un vínculo no se consideraba “dañar”. Los vampiros no veían las cosas igual que los humanos.
Seguidamente, insistí en que me dieran un tiempo para ir a Louisiana y arreglar mi traslado. Tenía muchas cosas que arreglar, y no estaba dispuesta a dejar mi antigua vida y mis antiguos amigos de aquella manera. Para mí, estas eran las cláusulas más importantes, pero el Sr. Cataliades también negoció la libertad de movimiento en cualquier momento, y otros beneficios menores, incluyendo una gran cantidad de ropa. Me conformé con un sueldo modesto (tenía un buen motivo para aceptar aquella condición del Sr. Asquerosamente-Muerto). A cambio yo tenía que leer las mentes de todos los humanos que trabajaban para el rey en caso de ser necesario, siempre y cuando ellos no alteraran en ningún momento los resultados de mis lecturas. Y había quedado muy claro que yo solo recibiría órdenes del rey. Nadie más tendría autoridad sobre mí.
Victor cogió el borrador, para que el rey lo aprobara, y yo le di las buenas noches y las gracias al Sr. Cataliades, antes de arrastrarme a mi habitación, Ramon siempre detrás. Apenas tenía fuerzas para correr las cortinas antes de quitarme la ropa, también me desmaquillé y caí rendida en la cama. Eran las cuatros de la mañana, y aunque sabía que debía de llamar a Pam al Fangtasia, tenía la sensación de que aquella conversación se podría alargar hasta el amanecer, y no podía hacerle frente a nada más aquella noche. Estaba completamente agotada (humanamente hablando). Había hecho todo lo que me había propuesto, y ya está.
Mi abuela solía decir: “basta a cada día su propio mal…”. Bueno, yo ya había visto en aquellas últimas doce horas bastante mal, y esperaba que fuera el suficiente para la siguiente década, no solo por un día. Sin embargo, ahora tenía que abandonar los problemas de hoy, y pensar en los de mañana. Exactamente lo que iba a hacer. Susurré una breve oración de gracias y vi la luz.
No me desperté hasta casi las una y media de la tarde siguiente, cuando mis “necesidades humanas” hicieron acto de presencia. Debido al café de la noche anterior, imaginé. Después de hacer todo lo necesario, me vestí y abrí la puerta para marcharme a la recepción. Ramon no estaba, pero había uno nuevo de relevo, mucho más grande y viejo. Si iba a estar allí por una temporada tenía que hacer amigos tan rápido que como me fuera posible, por lo que le sonreí amablemente y le tendí la mano en forma de saludo. Ni me devolvió la sonrisa ni me saludó. Cuando le pregunté su nombre, de mala gana me dijo que era Matt, con un rápido vistazo a su cabeza pude ver mucho resentimiento y desconfianza. Tenía la impresión que odiaba tener que hacer de niñera a una rubia tonta. Mientras caminábamos por el pasillo pensaba en qué podría hacer con aquel problemilla. Horrible o dulce. Dulce o horrible. Mmm. Sospechaba que no se trataría de algo fácil, ¿entonces por qué me molestaba? Mejor, dejaría aquello para más tarde. Tenía cosas más importantes en las que pensar.
Busqué a Paul, pero no estaba en el mostrador (probablemente estaría estudiando), por lo que Matt me mostró el comedor, el cual se encontraba en un largo pasillo, era como una pequeña zona comercial, tiendas que servían a los vampiros, hombres lobos y humanos pululaban por aquel lugar como pequeñas hormigas. Las tiendas captaban distintos tipos de clientela, supongo, que después de un largo camino por el desierto, nadie querría regresar para comprar un simple cartón de leche, podían comprarlo allí. Tenía sentido, y apuesto a que Felipe le sacaba bastante beneficio. Pedí un gran desayuno. Porque había veintisiete edificios gubernamentales como aquel, que funcionaban día y noche, con cualquier tipo de comida, no resultaba raro pedir: huevos revueltos, tostadas, gachas, salchichas, bacon y café. Le pregunté a Matt si él quería algo, al principio vaciló, pero después aceptó. Quizá la comida era su punto débil. Me la apuntaría para la próxima. Eric me había enseñado que había que conocer los puntos débiles a las personas, amigos o enemigos. Casi podía oír su voz: “conoce siempre el punto fuerte y el débil de las personas que te rodean. Si son enemigos, utilízalas a tu favor, y son amigos, recuérdales, algún día podrían llegar a ser enemigos”. Eric tenía graves problemas con la confianza.
El comedor era agradable. Daba al sur, había sol, enormes puerta de cristal que daban al jardín, aunque en el techo había persianas, pero no llamaban la atención. Estaba repleto de pequeñas mesas de madera, prácticamente la mitad ocupadas, realmente era enorme por lo que todavía quedaban muchas vacías. Las paredes estaban decoradas con motivos acuáticos: peces, conchas, algas, etc. En colores azules y verdes, los cuales daban tranquilidad. Llevé mi bandeja a una de las mesas vacías cercanas a la puerta, y Matt se sentó en la siguiente. Entonces me lancé a mi comida. El día anterior no había comido demasiado, y estaba hambrienta. Mientras comía intentaba programar mi día hasta el anochecer, aunque sabía que solo había un lugar en el que yo quería estar. Por lo tanto, cuando terminé me dirigí a los ascensores.
Bajé una planta, e ignorando un estremecimiento me acerqué a la puerta metálica, que conducía a la parte custodiada. El guardia de turno me detuvo y le mostré mi tarjeta AAA. Abrió la puerta y me giré hacia Matt.
-¿Quieres entrar o quedarte aquí? Estaré bastante tiempo.
-Tengo que acompañarla, lo siento. –Al menos aquella vez se disculpo.
-Vale. Vamos, entonces. –No tenía sentido discutirle si él pretendía ser mi sombra, no quería discutirle en aquel momento. Más tarde, quizás. Atravesé la puerta y regresé de nuevo a la pasarela, donde esa pequeña serpiente rastreara de Victor Madden me había conducido limpiamente para cambiar mi futuro hacía ya diecisiete horas. ¿Tan poco tiempo? Me resultaba poco creíble. Curiosamente, en aquel lugar ponían música zydeco. Aquello era muy surrealista. ¿Por qué demonios pondrían a Clifton Chenier aquí? Había eco conforme me iba adentrando por aquel paseo, con cuidado de no mirar hacia abajo. Eric podía estar fuera de peligro, pero el resto de los pobres presos no, y no quería recordar lo de la noche pasada. Bajé las escaleras y me acerqué a la mesa, y me dirigí a un licántropo rubio que había ocupado el lugar de Jerry por el día. Estaba escuchando la radio, pero la apagó cuando nos vio bajar por las escaleras, le asintió con la cabeza a Matt. Suponía que la mayoría de hombres lobo se conocían en aquel lugar. Quizá ¿habían pillado una oferta de lobos?
-Hola, soy Sookie Northam, quería avisarle que estaré arriba en la pasarela durante un rato.
Me miró perplejo. -¿Arriba? ¿En la pasarela? ¿Por qué?
-Mi marido está en la celda 18. Está durmiendo ahora mismo, le haré compañía durante un rato. Eso se puede hacer ¿no? –Le sonreí.
No estaba seguro, nos recorrió con la mirada a Matt y a mí. –Supongo que sí, pero… ¿no vas a pasar frío? No hace demasiado calor aquí. –Tenía razón, los vampiros, obviamente, no necesitaban calefacción.
-Estaré bien, gracias. –Miré a Matt, leí en su mente que él prefería quedarse hablando con su amigo que quedarse mirándome. –Matt, ¿por qué no te quedas aquí, a charlar con… -Miré al rubio inquisitivamente.
-Stefan.
-Hola, Stefan, me alegro de conocerte. Matt, realmente no hace falta estar al lado mía todo el rato ¿no? Quiero decir, la puerta está cerrada con llave, no iré a ningún lado. Quédate aquí si lo prefieres.
-Vale. –Accedió a regañadientes, lo dejé allí y corrí escaleras arriba, mientras que el se sentaba en el escalón inferior.
Llegué a la pasarela y me incliné sobre la barandilla que estaba encima de la celda de Eric. Me serené y miré hacia abajo. Mi corazón se sacudió cuando mis ojos miraron. Mi amante estaba en reposo. El ataúd, sin tapa, era demasiado pequeño y no le permitía estirarse cuan largo era, estaba de lado, con las rodillas ligeramente flexionadas, la cabeza apoyada en su mano y un puño descansando sobre su pecho. Me di cuenta de que ocultaba algo. Estaba tan tranquilo, ocupé mi mente con miles de imágenes suyas, para poder recordarlo en los próximos días. Nunca sabría que yo había que estado aquí, estuve más de una hora, lo miraba como dormía y como sus marcas de dolor iban desapareciendo.
Me pregunté a qué hora sería su comparecencia con el tribunal, y aquello me hizo recordar otras cosas. No habían sido capaces de encontrar ropa para él la noche anterior, pero no iría ante el tribunal desnudo ¿no? En el caso que yo había visto con Victor ayer no había ningún desnudo, estaba segura. Lo habría recordado de haber sido así.
Pensé durante un minuto, luego volví a bajar las escaleras, donde estaban Matt y Stefan. Ellos cortaron la conversación cuando llegué y Stefan estaba sonriendo. Matt lo había estado, pero su sonrisa desapareció al verme. Sin duda tendría que hacer algo al respecto, no podía tener a un hombre así detrás de mí todo el tiempo.
Le sonreí a los dos y luego le hablé a Stefan.
-Stefan, ¿me puedes decir que pasó con la ropa del Sr. Northman cuando llegó aquí?
-Dejarían todo en la taquilla de custodia, allí. –Señaló con el dedo una puerta cercana a su escritorio.
-¿Puedo ver sus cosas, por favor?
-Bueno, realmente no lo sé… quiero decir, está en la celda 18… eso es régimen 8. No sé quién eres, ni nada… -Miró a Matt para que le ayudase.
-¿Tienes un registro de anoche? –Sabía que no podían no tener un control sobre las idas y las venidas.
-Sí, aquí. –Cogió un portapapeles.
-Bueno, mira las entradas que tengan que ver con el Sr. Northman. Máxima seguridad ¿no? ¿Ningún visitante? –Recordé lo que había dicho Jerry.
Pasó las páginas hasta que encontró la que estaba buscando.
-Umm… aquí dice… bien, estará… -Su desconcierto resultó cómico.
-Muchos visitantes ¿verdad?
-Sí. –Aún no estaba seguro, por lo que lo dije por él.
-Tenía muchos visitantes porque ya no está en régimen ocho. Puedes verlo, ahí, el propio Victor Madden lo vio. ¿Lo conoces? ¿El lugarteniente del rey? Mira, ahí está su nombre, debajo del mío. –Tuve que señalar el nombre de Victor en la lista, a pesar de que estaba escrito con grandes letras en negrita. ¡Caray! Este chico no era, lo que se suele decir, brillante.
Y la bombillita se le encendió.
-¡Oh, está bien! –Dejó el portapapeles y sonrió, claramente satisfecho de haber llegado a alguna parte. No me lo podía creer. ¡Se había olvidado de el por qué estábamos buscando en la lista! Apreté los dientes y conté hasta diez antes de volver a repetirle mi petición.
-Es decir, ¿puedo ver las cosas del Sr. Northman, por favor?
-¿Qué? ¡Ah, sí, claro!
Pulsó un botón del intercomunicador y hablo.
-Ey, Jude. -¿Ey, Jude? –Me puedes traer la bolsa del armario dieciséis. No, perdón, del dieciocho. –Se apresuró a auto corregirse cuando vio la expresión de mi cara. –Perfecto, gracias. –Cortó la conexión. –Ahora mismo va.
-Muchas gracias. –Lo dije con un tono de “no me lo estoy pasando bien” que no sé si lo pudo notar con el agradecimiento. Me sentí como si le hubiera dado un martillazo en la cabeza a aquel chico.
Dos minutos más tarde otro guardia apareció por la puerta cercana al escritorio de Stefan, y arrojó una bolsa de plástico negro al suelo. Eché un vistazo rápido y cogí la ropa. Daba la sensación que alguien había estado durmiendo en ella. O posiblemente con ella. Miré a Stefan.
-Cogeré esto ¿tengo que firmar algo?
-No se puede coger nada. –Por lo menos de aquello estaba seguro.
-Mira, es solo su ropa. Solo la quiero limpiar y adecentar, luego la traigo de vuelta ¿vale? No voy a tocar su dinero, sus tarjetas de crédito, ni nada. No le estoy haciendo daño a nadie por adecentar un traje. Tiene que acudir al tribunal esta noche, necesitará estar decente.
Finalmente aceptó, yo no planeaba salir corriendo con el Rolex de Eric, y estuvo de acuerdo en que cogiera el traje.
-¿Hay tintorería aquí?
Sorprendentemente Matt contestó.
-Hay una cerca del comedor. Te la enseñaré. –Me sorprendió su colaboración, pero sonreí y le di las gracias. Me puse el traje y la camisa arrugada en el brazo, y metí la corbata, un pañuelo, los bóxers y los calcetines en un bolsillo. Luego me despedí de Stefan y corrí escaleras arriba seguida de Matt.
Dejé las cosas de Eric en la tintorería, pagué por dos horas del mejor servicio, y luego hice un par de compras en las tiendas que había en el pequeño centro comercial, antes de darme un paseo por los jardines. Gracias a la forma que tenía el edificio, y los patios cerrados, casi todas las habitaciones tenían vistas al jardín. Ahora veía que el edificio principal no cubría la pared de seguridad, había muchos edificios pequeños en la periferia, todos de una planta, con paredes blancas y tejados rojos. El paisaje era precioso, sino no hubiera sabido lo que ocurría allí. Una vieja poesía vino a mi mente: "Where every prospect pleases and only man is vile”. Solo que los hombres no eran viles…
Había mucha gente por los alrededores. Sin duda aquel era su lugar de trabajo, había constantes idas y venidas por los principales caminos de grava. Nadie comentó mi presencia, supongo que el hecho de que Matt estuviera allí les hacía pensar que yo era de fiar.
De los caminos principales salían algunos pequeños, con zonas de mucho césped y árboles que daban sombra, y mucha vegetación tropical. Era muy bonito, pero no se escuchaban los aspersores, y no podía dejar de pensar que todo aquello era artificial. Al otro lado de la gran pared de seguridad el desierto comenzaba, y se extendía kilómetros en cualquier dirección.
Vagué por uno de los caminos y encontré una pequeña piscina, con un par de bancos en el césped cerca del agua. Estaba rodeada de cañas de bambú, o algo parecido, y había un gran pez de color naranja en el agua. El ambiente era tranquilo, me senté y dejé que cada rayo de sol me cubriera. Entonces me di cuenta de que Matt estaba realmente incómodo. Había unas grandes manchas de sudor en su camisa. La temperatura de los hombres lobo era más alta, por lo que tenía mucho calor. Me sentí culpable. El no tenía la culpa, estaba haciendo su trabajo, y aunque me hubiera gustado tomar mucho el sol, él estaba sufriendo.
-Matt, ¿estás bien?
-Sí, señora, estoy bien. –No lo pensaba admitir. No con una humana. Hombre idiota.
Me levanté.
-Creo que ambos podríamos ir por un refresco ¿no?
No dijo nada, pero pude leer es su mente alivio. Aquel no era un día para salir con corbata.
Nos dirigimos de nuevo al comedor y pedí un té helado. Matt pidió una Coca-Cola light y salimos a la terraza. Me sorprendí al ver que tenían aire acondicionado fuera. Ni siquiera sabía que eso existía, había una especie de niebla que caía sobre la terraza y hacía que la temperatura bajara a pesar de estar a pleno sol.
Nos sentamos en una bonita mesa de hierro blanco y bebimos nuestros refrescos. Matt parecía tener mejor temperatura, y estaba más relajado. Todavía no era, precisamente, mister simpatía, pero al menos algunas de las dudas habían desaparecido de su cabeza. Intenté mantener una conversación amistosa. ¡Aunque no era tarea fácil! He intenté hablar sobre todos los temas que le podrían resultar interesante, y finalmente, una referencia al pasado de Alcide Hervaux le hizo estar atento. Conocía a Alcide, líder de la manda de Shreveport, desde hacía mucho. Había sido seguridad en uno de los grandes proyectos de Hervaux & Son’s , hacía algunos años. Las imágenes que recogí de su mente me hicieron saber que lo respetaba enormemente.
Casualmente, mencioné que era amiga de la manada de Shreveport (para captar definitivamente su atención) y luego cambié de tema. Discretamente.
Cuando dieron las cinco recogí las cosas de Eric y las llevé a mi habitación. Aprovechando la altura de Matt, colgó el traje en la puerta, aún en su envoltura de plástico. Después, saqué lo que había comprado en la farmacia. Había tenido suerte, tenían Obesession, y compré un frasco. Rocié el pañuelo limpio de Eric con aquel aroma, lo doblé y lo metí en el bolsillo interior.
Había decidió que el tendría un recuerdo mío. Había comprado un pequeño paquete de tarjetas de felicitación, aunque desgraciadamente no había podido hacer mucha elección. Tenía que elegir entre golf, gatitos o mariposas. Nada de eso iba con Eric. En la tienda no tenían nada con murciélagos y licántropos muertos, desde luego hubiera sido su opción preferida. Opté por las mariposas. Saqué mis tijeras y fui al baño, donde me corté un mechón de pelo. Le hice la forma de bucle y con cinta adhesiva lo coloqué en el interior de la tarjeta. Sobre el otro lateral escribiría un mensaje, y ese era el problema.
¿Cómo podía escribirle todo lo que le tenía que decir en una tarjeta de tres por cuatro? No había suficiente papel en el mundo para decirle todo lo que sentía por él. ¿Cómo podría decirle todo lo que significaba para mí? Finalmente, decidí decirle las cosas tal y como eran. Eric es un hombre complicado, pero que aprecia la sencillez. Estricto para sí mismo, le gustaba la franqueza en los demás, al final escribí solo cuatro palabras.
Después cerré la tarjeta y la puse en el bolsillo del pecho. No sabía cuándo la encontraría, pero esperaba que se acordara de mí cuando lo hiciera.
Me eché para atrás y miré el reloj. Abrí la puerta y busqué a Matt para ir al comedor. En aquella ocasión elegí una enorme porción de steak tartare, sabiendo que era el plato preferido de muchos hombres lobo. Invité a Matt a mi mesa y se comió una cuarta parte de la comida, antes de que yo dijera que estaba llena y echara el plato hacia atrás. Lo estaba mirando. Y yo sabía que no había comido nada desde que se había despertado, y los hombres lobo necesitaban una gran cantidad de proteínas y vitaminas. Metabolismo rápido, supongo.
-Matt, ¿puedes hacerme un favor me ayudas con la comida? He pedido demasiado. ¿Por favor? Me sentiré mal si la devuelvo. Me llené antes por los ojos, supongo ¿no?
Vaciló un segundo, pero finalmente se acercó el plato y se lo terminó. ¡Bingo! Aquel hombre amaba la comida. Su mente irradiaba satisfacción, a penas tardó veinte segundos en acabarse el plato, mientras tanto yo le daba las gracias divertida. Vale. Aquello me había dado un pequeño empujoncito. Y me acordé de otro dicho de mi abuela: “A un hombre se le conquista por el estómago”. Ahora sabía lo que significaba, pero de pequeña había llegado a dudar de la forma de la anatomía masculina. Sonreí débilmente, aquello me había hecho pensar. Los alimentos me habían resultado útiles en alguien tan simple como Matt, pero con Victor necesitaría algo más. Su corazón era duro, y estaba tras una caja torácica de sesenta centímetros de madera de roble. Algún día…
Devolví la ropa de Eric a la taquilla de custodia. En aquel momento, Jerry había vuelto a retomar su puesto, y se enfadó al enterarse de que Stefan me había dejado sacar el traje de la taquilla. Me pregunto por qué habrían contratado a alguien tan tonto como Stefan, Jerry mencionó que era un aprendiz, y que después el regañaría. Me imaginaba que lo ponían a trabajar durante el día porque no había mucho movimiento, y no tendría mucha ocasión de meter la pata. Durante el rato que estuve observando a Eric desde la pasarela no me había cruzado con nadie. Todo lo que ocurría allí, era por la noche, cuando ponían a los hombres más experimentados al servicio.
Jerry miró el portapapeles, y me dijo que la audiencia para la sentencia de Eric estaba programada a las 20:30 en la Sala 4. Le pregunté si se podría asegurar de que Eric llevara la ropa limpia y me prometió que lo haría. No supuse que mi credibilidad se hizo más fuerte después de haberme visto con Victor Madden, el lugar teniente del rey, y el Sr. Cataliades, el demonio más conocido en todo el estado.
Luego fui a asegurarme mi asiento en la Sala 4. Cogí la novela de misterio que había comprado en la farmacia, y traté de concentrarme en las aventuras de la detective y aristócrata, aunque iba a ser difícil. Parecía tan irreal, pero de nuevo, si miraba mi propia vida, las cosas irreales habían entrado a formar parte de ella en los últimos años.
El juicio comenzó a las ocho, y estaba presidido por el propio rey. Todos los vampiros se arrodillaron cuando entró, junto a sus dos lugartenientes. Victor y Sandy, se sentaron justo detrás de él. No había visto a Felipe desde que lo había salvado de Sigebert. Era un guapísimo hombre latino, el cual me había parecido alto en algún momento, pero en estos días mi mente pensaba en un hombre rubio, de ojos azules y un cuerpo del que cualquier Adonis estaría celoso. Me senté bien para poder vislumbrar todo, desde aquel ángulo veía perfectamente el sitio en el que Eric estaría sentado, bostecé mientras explicaban lo ocurrido. El rey trataba de parecer interesado, pero tenía la sensación de que también se encontraba aburrido.
Finalmente, el tribunal pronunció el nombre de Eric, y sentí su proximidad gracias al vínculo. Estaba acompañado de dos hombres enormes. Dios, estaba guapísimo. Aunque normalmente iba en camiseta y vaqueros, también sabía llevar traje. Sus manos estaban esposadas delante de él, se había dado una ducha, parecía saludable y alerta cuando tomó asiento. Le miraba fijamente, aún llevaba la cabeza rapada, un foco le daba en el rostro. Los moretones y las quemaduras habían desaparecido y los cortes se habían ido casi completamente. Su color de piel comenzaba a semejarse al de antes. Era increíble lo que le había hecho una alimentación adecuada y el descanso de un día. No me miraba, pero sabía que me estaba sintiendo; el vínculo tomó vida durante unos segundos antes de que él lo cerrara, después pude sentir su resignación. No estaba herido, pero no podía tener ningún tipo de distracción en aquel momento. Realmente necesitaba meterse en el papel.
Leyeron el veredicto y los cargos, entonces el rey se dirigió a Eric. Inmediatamente se arrodilló e inclinó la cabeza. Le intenté transmitir cada ápice de amor que tenía mientras el rey leía el veredicto. Fue como lo habíamos esperado: exilio y confiscación de sus activos. No me di cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta ese momento, en un minuto todo podría haberse arruinado, pero Victor sabía lo que le interesaba. Por supuesto, él se encontraba allí, de nuevo recuperado y sonriendo con satisfacción la caída de su enemigo, a espaldas del rey, aunque después recibió un golpe desagradable.
El rey le pidió al Sr. Cataliades una lista con todos los bienes de Eric, éste se quedó perplejo cuando recibió el documento del demonio.
-¿Qué significa esto? –preguntó. –El tribunal ha pedido un inventario de todos los bienes del condenado.
El Sr. Cataliades hizo una reverencia.
-Su majestad, en el papel se encuentran todas las posesiones del Sr. Northman a día de hoy. Mire. –Sacó otro documento. –Una donación, por parte del Sr. Northman, en el cual yo soy testigo, de todo –hizo hincapié en la palabra –lo que posee a su esposa, la Sra. Sookie Northman.
Hubo un breve silencio, todos estaban sorprendidos ante lo que había pasado, y luego una carcajada del prisionero que estaba aún de rodillas. Tan rápido como aparece la vida y el dinero, desaparece la gloria. Eric sabía perfectamente lo que había firmado. El documento que yo le había convencido para que firmara el día anterior era el de la transferencia de sus propiedades, hasta de sus calcetines. Yo era la dueña de todo. Esto significaba, obviamente, que no había nada para confiscarle.
Eric continuaba riéndose, miré a Victor. Había una maravillosa mezcla de conmoción y rabia. Él había tenido la esperanza de que todo lo que había sido de Eric pasaría a sus manos, y ahora veía sus sueños rotos.
-Dame el papel. –gruñó y se lo arrebató tembloroso al ujier que se lo acercó. Lo examinó de cerca, pero el Sr. Cataliades sabía muy bien lo que había hecho. Por eso había sido tan cuidadoso con el testigo, el lugar y la fecha. Estaba claro que había sido antes de nuestro divorcio, que por lo tanto todo era legal tanto en un tribunal humano como en uno vampírico. Cogió el papel como si quisiera romperlo en pedazos, pero todos los ojos de la sala estaban puestos en él, finalmente tuvo que soltarlo y sentarse, con el ceño fruncido.
Incluso los labios del rey se tensaron ligeramente cuando se giró hacia Eric, que había parado de reír, pero seguía con una amplia sonrisa. Los vampiros apreciaban la astucia en todas sus formas. Sospechaba que el rey pensaría que al abogado se le habría ocurrido aquello, aunque todo había sido idea mía.
El rey le preguntó que dónde tenía la intención de ir.
-Suecia, señor.
Cuando el rey le preguntó por qué, él contestó que porque los suecos tenían una gran simpatía por los vampiros y la legislación de protección de los vampiros era parecida a la de EE.UU. El rey asintió con la cabeza y le ordenó al secretario del tribunal que comprara un billete de avión para el siguiente avión que saliera de Anubis hacia Estocolmo. Luego cogieron a Eric y se lo llevaron. No miró en mi dirección en ningún momento, pero al salir del tribunal se llevó las manos a la cara e inhaló. Entendí el mensaje. Se había acordado de mí.
Wynne- Traficante de V
- Mensajes : 156
Fecha de inscripción : 31/08/2011
Localización : Vikingolandia
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
No sé si alguien está leyendo el fic, si alguien lo hace que haga acto de presencia plis, que tengo la sensación de que publico para mi sola.
Wynne- Traficante de V
- Mensajes : 156
Fecha de inscripción : 31/08/2011
Localización : Vikingolandia
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Hola Wynne pues muchas gracias por el fic, me encanta aunque el principio fue durisimo al ver a Eric todo maguyado por favor no dejes de subirlo es genial lo que haces. Ciao
Y grac[/center]ias de nuevo.
Y grac[/center]ias de nuevo.
Fa Arlopa- Forastero
- Mensajes : 3
Fecha de inscripción : 21/10/2011
Edad : 111
Localización : Mèxico City
Re: What Happened in Vegas - Fanfic Eric/Sookie
Antes no tenía ningún problema en colgar aquí el fic, pero visto los pocos lectores que tengo aquí seguiré colgándolo en un foro dedicado a Eric. Si queréis seguir leyéndolo con Google no hay dificultad para buscarlo.
Espero que me entendáis.
Besos.
Espero que me entendáis.
Besos.
Wynne- Traficante de V
- Mensajes : 156
Fecha de inscripción : 31/08/2011
Localización : Vikingolandia
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